Preloader image

Jesús Fonseca: "La plaza se llenó de zapatos"

| 2-octubre-68

Ha pasado casi medio siglo de aquella tarde del 2 de octubre de 1968 y la imagen que el hombre de 91 años preserva es la de cientos de zapatos abandonados que cubren el piso de aquel lugar de Tlatelolco.

Publicación
03 / sep / 2018

"Que esto no se repita nunca en México"



Por: Perla Miranda

[email protected]


Jesus Fonseca

El olor a orines y excremento regresa a la memoria del fotógrafo Jesús Fonseca apenas al poner un pie en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas. Ha pasado medio siglo de aquella tarde del 2 de octubre de 1968 y la imagen que el hombre de 91 años preserva es la de cientos de zapatos abandonados que cubren el piso de aquel lugar sitiado en Tlatelolco.

Está conmovido y con la piel erizada, externa, a tal extremo que pide que “esto no se repita nunca en México”.

El 2 de octubre sería un día tranquilo para el reportero gráfico de EL UNIVERSAL, la mañana transcurre como otros días, ir a dar clases en la Universidad Iberoamericana y después le marca a su jefe Daniel Soto a la redacción del diario para preguntar: ¿hay alguna novedad?, no hay nada, solo una marcha desde Tlatelolco al Politécnico, si quieres date una vuelta...

Son las 15:20 horas al momento que ingresa Nonoalco, Tlatelolco, observa cómo llegan mujeres, niños, vendedores ambulantes, todos en apoyo a los estudiantes, así hasta casi las 5 de la tarde, se queda entre el edificio del ISSSTE y el de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Después camina hacia el tercer piso del edificio Chihuahua, en donde están los líderes para tomar un aspecto de la explanada.

Todavía le causa sorpresa que en primera fila estén sentados sobre todo mujeres y niños, “me impresioné, quise tenerlos más cerca y bajé para tomar retratos, pero me entretuve en la esquina y luego se desató todo”.

Al pie del edificio escucha a un hombre que viste un traje a cuadros y comenta con reporteros que el régimen de Díaz Ordaz va caer, están armados y hay ametralladoras en varios edificios de la unidad habitacional.

Fonseca ve que uno de sus compañeros se dirige a su coche y va detrás suyo para preguntarle sí prevé que se pondrá duro el asunto, su compañero le dice que esta todo arreglado, los estudiantes se irán a paro nacional y él se va al periódico a redactar su nota.

Suben al auto y al llegar a la Glorieta de Cuitláhuac ven pasar uno tras otro a más de 10 carros militares con gente armada, con rumbo a la Villa de Guadalupe, “los seguimos, llegando a la Glorieta de Peralvillo se regresan pegaditos a los edificios de Tlatelolco y se escuchan disparos separados”.

Adrenalina, curiosidad e incredulidad se conjugan para que el fotógrafo y su acompañante regresen al mitin estudiantil, se quedan parados en el edificio del ISSSTE cuando escuchan más detonaciones, “se soltó una balacera meca, no pudimos pasar porque había balazos por todos lados, era una nube de humo por la pólvora”.

Resguardado en un zaguán, ve unas luces que salen de abajo hacia arriba, son luces de bengala, las confunde, cree que los vecinos están celebrando a algún santo, le pareció absurdo entre la balacera.

“Pero ¿qué santo estarán celebrando que con está balacera lanzan sus luces?, no me explicaba, veía desde ese ángulo que las luces salían de abajo para arriba, ahí por el edificio Chihuahua y la Iglesia de Santiago Tlatelolco”.

Chucho mira su reloj son las 18:13 horas y casi al mismo tiempo ve que un helicóptero sobrevuela la zona, a la altura del edificio Chihuahua y suelta una luz de bengala “para entonces la balacera es fuerte, no nos movemos hasta que hay una tregua de no sé cuantos minutos, ahí nos dicen por primera vez que los muertos serán llevados a la tercera delegación”.

Un sanitario, su refugio

Una cámara réflex cuelga del cuello de Jesús Fonseca, aunque dejó de trabajar para EL UNIVERSAL desde 1995, el gusto por capturar imágenes no se ha desvanecido, incluso ahora, cuando recorre Tlatelolco, espera que algo llame su atención para tomar una fotografía.

Con pasos lentos, llega hasta la parte trasera del edificio Chihuahua, cuenta que ahí había un sanitario aquella tarde del 68 un miembro del batallón Olimpia los llevó a él y a Nidia Marín, reportera del periódico, para resguardarse de la balacera.

Antes de entrar, Jesús alcanza a fotografiar a un soldado que recibe un disparo, “traía la cámara, no usé flash porque escuché balazos y vi como un soldado se dobló, no alcance a verlo tirado porque el hombre del batallón nos encerró”.

En el sanitario encuentran a Rafael De la Cruz, periodista de Puerto Vallarta, y a Ignacio Navarro, periodista de la Revista Tiempo, después llega un señor que vive en el Chihuahua que les hace olvidar la tensión provocada por las balas. “Estábamos aquí refugiados cuando llegó un vecino, tenía sus copas encima, con sus guasas y sus intentos por subirse a su casa nos hizo reír, no dejaba de repetir que vivía ahí, le decíamos que si no escuchaba los balazos, en fin, nos sirvió de distracción”.

Ese momento está inmortalizado en otra fotografía, al salir del baño y desde una ventana toma la imagen. “En la foto todos están riendo, la tensión se había esfumado”. Se observa a Nidia Marín, a los dos reporteros y al vecino de la unidad habitacional, quien es el que más sonríe.

Olores que perduran

En otra tregua, un mayor del ejército le pide a los periodistas que se vayan al edificio de Relaciones Exteriores, no van ni a la mitad del trayecto cuando se escucha otra balacera, un militar les ordena correr, pero ellos llegaron hasta el otro extremo. Fonseca ve que en las fosas prehispánicas, que están llenas de agua, hay mucha gente resguardada.

En la fosa, frente a un espejo de agua hay muchas personas detenidas, “junto a ellos hay muchos zapatos, huele a caca y a orines, cuando entramos al edificio de la secretaría veo que el elevador tiene mucha sangre”.

Jesús no puede contar más, la garganta se le ha cerrado, solo alcanza a balcucear que después del 2 de octubre, investigó porqué la gente pierde sus zapatos cuando corre, “es por el miedo, me explicaron que los dedos de los pies se encogen entre dos y tres centímetros y al correr los zapatos se zafan, lo mismo ocurre con el excremento y la orina, con el miedo se relajan los esfínteres, es una reacción animal, no es que uno lo haga”.

El fotógrafo puede salir de Tlatelolco hasta las 2:30 de la mañana, acompañado de Jorge Avilés, caminan por Paseo de la Reforma, “nos vamos a pie, no había ni un perico, si pasaba alguien en carro no te llevan”, llegan al periódico poco antes de las tres de la mañana y Armando Rivas Torres, entonces director de EL UNIVERSAL, ordena parar prensas, al reportero le pide escribir la nota y a Jesús lo manda al laboratorio a revelar las fotografías.

¿De dónde vienen?

De Tlatelolco.

¿Puedes escribir algo?, le pregunta a Jorge.

Sí, pero necesito respirar un poco.

Vaya a La Mundial, la cantina que está en Reforma, tómese un coñac a mi salud, bueno, que sean dos, y usted Jesús, váyase a revelar.

“Se llevaron tus rollos”

Al entrar al laboratorio, Jesús pregunta a sus compañeros que en dónde están las imágenes que tomó en la tarde, siente tristeza y enojo cuando le dicen que agentes de la Dirección Federal de Seguridad llegaron al periódico y pidieron que se les entregaran todos los rollos de la cobertura.

Con emoción cuenta que cuando los agentes entraron al laboratorio, Federico Tenorio, también fotógrafo del Gran Diario de México tomó los rollos y los echó al baño, a la papelera del excusado y después los escondió, fue hasta inicios de 2008 que personal del Archivo Fotográfico de EL UNIVERSAL encontraron 400 fotografías inéditas que se publicaron en un libro.

El 3 de octubre, Jesús regresa a Tlatelolco, todo está invadido por el ejército, ya no hay detenidos, pero en su andar fotografía boquetes que hay en las paredes, restos de casquillos, y lo que más impacto le causa son las familias enteras que abandonan su hogar.

Sostiene una imagen en la que se ve a una señora cargar una jaula, una maleta y a su lado un niño que carga otra jaula y un perro, atrás de ella más vecinos con maletas en mano.



Jesús Fonseca

“Las señoras, familias enteras salían con lo que podían, mochilas, jaulas, pericos, perritos, gatos, ya nadie quiere vivir aquí, todo estaba roto, los tinacos perforados, había rastros de balas”.

Después de ese tres de octubre, Jesús no pisó Tlatelolco hasta el terremoto de 1985, casi veinte años después “y por otra tragedia”.

De su casa al periódico debía transitar siempre por Paseo de la Reforma, al pasar por Nonoalco, “no lo soportaba, pasaron 50 años pero se me eriza todo el cuerpo, me emociono, ojalá que esto no se repita nunca más”.

Jesús Fonseca