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Crímenes mal catalogados


Por: Diana Higareda

Crímenes de odio: Caso Óscar


Marcha contra la violencia

Amediados de julio de 2010, Óscar Ramírez vivió una de las experiencias más aterradoras de su vida. Fue acusado del asesinato de su pareja y por cinco años cumplió una condena por un crimen que no cometió.

La mañana del seis de julio de ese año, Óscar encontró a Jacobo Atri, con quien llevaba cinco años de relación, estrangulado en la habitación del departamento que compartían al sur de la Ciudad de México.

La escena lo dejó en estado de shock. Llamó a las autoridades y ahí descubrió una cruda realidad: la justicia en México no existe para la comunidad homosexual.

Óscar Ramírez vivió una de las experiencias más aterradoras de su vida. Fue acusado del asesinato de su pareja.

Ese día no solo encontró el cadáver de su pareja, también fue discriminado y después inculpado por la policía. El supuesto delito era ser cómplice en el asesinato de Jacobo. En un marco de impunidad, fue sentenciado a 27 años y seis meses de prisión. Los investigadores se aferraron a una sola hipótesis: crimen pasional entre una pareja homosexual.

“La homofobia institucionalizada provocó por mucho tiempo que un homicidio de una persona homosexual en automático se considerara como un crimen pasional. Se piensa, de manera errada, que la homosexualidad es una enfermedad o un trastorno, entonces por eso se matan entre sí de manera sádica”, explica Brito de Letra S.

Discriminación oficial

El día del asesinato, Jacobo y Óscar pasaron la tarde juntos. Al final, Atri mencionó que se reuniría con una amiga. Mientras, Óscar decidió adelantarse al departamento.Por la noche, este hombre escuchó voces de dos hombres que llegaron a su domicilio. Jacobo había llegado con alguien más.

“Teníamos una relación abierta, por lo que intuí que tenía una cita. Me salí y me fui a casa de mi padre. Ahí pase la noche, pero me quedé preocupado porque le estuve llamando después y nunca me contestó”, relata Oscar.

Cuando regresó al departamento notó un silencio absoluto que inundaba cada espacio. Al entrar al dormitorio, ahí estaba el cuerpo de Jacobo. Tendido a la mitad de la recámara y sin vida. Su cuerpo tenía marcas de haber sido estrangulado. El uso de armas blancas, golpes y asfixia son los tres principales métodos de asesinato que se usan contra esta comunidad, según los datos recopilados por especialistas.

Con la poca calma que le quedaba, Óscar contestó todos los cuestionamientos de las autoridades.

“Comenzaron a bombardearme con preguntas. Desde el inicio sentí que me estaban incriminando, pero no sabía qué hacer”, narra este joven.

Después, una patrulla lo llevó hasta las oficinas del Ministerio Público. Sin abogados y ningún testigo presente, Óscar tuvo que rendir su declaración.

Después de más de 12 horas repitiendo una y otra vez lo que había visto en el departamento, las acusaciones se volvieron reales.

De testigo pasó a presunto responsable. Fue detenido e ingresado a una celda. Dos días después fue trasladado al Reclusorio Oriente de la Ciudad de México. El delito que le imputaban era homicidio con “traición y venganza”.

El hecho de que las autoridades mexicanas aún se dejen guiar por prejuicios homofóbicos o de transfobia en contra de la población LGBTTTI, genera que muchos de los crímenes de odio se queden en subregistros de homicidios, sin tomar en cuenta que la diferencia radica en el nivel de violencia que se ejerce, aseguran organizaciones civiles.

Proceso irregular

Días después de que Óscar fuera transferido al reclusorio, las autoridades detuvieron al verdadero asesino. Noé Rendón, de 19, fue localizado gracias a un rastreo de llamadas del celular de Jacobo. En su declaración aceptó el asesinato. Incluso describió que mediante una técnica llamada “mata leones”, que consiste en tomar a la persona por detrás y estrangularla hasta que pierda el conocimiento, fue que terminó con la vida de Jacobo.

Noé recalcó que era un asesino solitario.

“Se mata de manera diferente a las mujeres trans, a las lesbianas y a los hombres gay. En el último caso el asesino los seduce, finge tener un interés erótico y la víctima los termina llevando a su domicilio. Ahí los amarran, por lo general, los roban y los matan. La saña con la que los asesinan refleja ese odio que sienten”, explica Brito.

La confesión del asesino no representó la libertad para Óscar. La acusación se convirtió en un delito de complicidad.

“Tuve que enfrentar un juicio con alguien que mató a mi pareja. Todo el proceso estuvo plagado de irregularidades y de violaciones a derechos humanos”, relata el joven.

En 2015 el caso llegó a la Asociación Letra S y a la clínica de interés público del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) de la Ciudad de México. Se promovió un amparo directo en el que se evidenciaron las violaciones procesales, la falta de impartición de justicia y la discriminación por su preferencia sexual.

Óscar logró volver a casa. Las autoridades declararon irregularidades en el dictamen e inconsistencia en los hechos y le concedieron su absolución.

“Hace falta que se capacite a los ministerios públicos, porque hemos visto que tanto fiscales como jueces comparten los mismos prejuicios que llevaron al asesino a cometer el delito de odio. Y eso no puede ser, porque entonces nunca habrá acceso a la justicia”, comenta Brito de Letra S.

La muerte de Jacobo y Paola siguen como simples carpetas de investigación de la procuraduría capitalina. En ninguna se logró catalogar como un crimen de odio. Ambas son investigaciones que por la discriminación que persiste hacia la comunidad, poco o nada importan a la sociedad mexicana.