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Algún día, volveré…

Relatado por: Susana

E se día tenía que ir a juzgados, a checar unos asuntos, soy abogada, pero pensé, con la alerta sísmica se va a paralizar todo, mejor mañana y hoy checo la llanta de mi carro que está bajándose mucho.

Llegué a la Roma, a media cuadra de Avenida Chapultepec y ahí me tocó el simulacro. El sol se veía tan.. no sé... blanco, y tuve una sensación como de que la fuerza de gravedad de la tierra se aligeró, ya sé que es raro pero así lo sentí, me dió miedo sentir eso.

Recuerdo que un señor en su carro, se asustó al oir la alerta sísmica, le grité, no se preocupé, es un simple simulacro. Dos horas más tarde, estaba checando ya en mi casa mi compu, en Amsterdam y Parras, en plena Colonia Condesa, y de repente, sentí los brincos que provocaron que mi Timo (mi perrito) y yo, saliéramos disparados, ya lo habíamos pasado una semana antes, sólo que aquella vez salí sin él porque estaba dormidísimo. Esta vez, a las 13:14 Hrs., salí corriendo al camellón junto con mi perrito viejito, y me dirigí como pude, hacia la calle de Laredo. En el camino despavorido de mi "huída" me enfrenté con aquellos machos alfa llamados "albañiles" a los que nada les da miedo, ya me había tocado verlos en otro temblor cerca de la Alameda, y se carcajeaban sentados en las bancas por las reacciones apanicadas de la gente. En esta ocasión, sus caras de terror me dieron aún más pavor, cuando de repente, quedamos todos envueltos en capas de polvo que nos enceguecieron por varios minutos, el edificio de Laredo y Amsterdam se había desplomado.

No pasaron minutos cuando aquellos muchachos con rastas, estudiantes, extranjeros de todos los países, los burgueses bohemios típicos de esta zona, o sea, los hipsters tan criticados, todos, hombres jóvenes, viejos, mujeres, extranjeros, todos, hicimos una cadena humana, casi inmediatamente, y sin podernos reconocernos unos a otros por el polvo del edificio recién colapsado, que nos habían cubierto de blanco, y que había matado a nuestros vecinos.

En contraesquina de ese edificio, al cual por cierto criticaba porque siempre adornaban de más, las fiestas patrias, las navidades, etcétera, una heladería exquisita acababa de abrir sus puertas, y días después del terremoto, y más vacía que nada, fuí ahí por un helado y el dueño me contó que en el edificio ya inexistente, había una muchacha que salía muy frecuentemente a su balcón y, acto seguido, se bajaba a la heladería, y entre risas se quejaba, decía, porqué se pusieron aquí, están riquísimos sus helados y yo no cabré en mi vestido de novia si sigo viniendo aquí.

No pudo casarse, se quedó entre los escombros y sus ilusiones se convirtieron en polvo. Altares y procesiones siguieron a nuestros vecinos muertos, que no alcanzaban a aligerar nada la pena vivida. También había ceremonias judías, tan llenas de misticismo, y seguirá siendo una colonia emblemática pero con una gran cuarteadura en su belleza arquitectónica inigualable y su vibración de música y cultura nocturnas. Ahora vivo en Cancún... dejé mi bello barrio, en donde crecí. Algún día, volveré...