Mi padre falleció el otro 19 de septiembre, el de '85, pocos meses antes de cumplir 33. Mi mamá embarazada y yo, tuvimos la fortuna de ser rescatados del edificio de Universidad 13 y Casas Grandes. (Murieron también mi hermano mayor, abuelos paternos y tío). Nunca me han gustado los simulacros del 19, porque para pocos significa algo. Así transcurría otro aniversario. Llegando a casa, en el 4to piso y recién estrenados mis 33, el terremoto.
La alarma tardía, el edificio rechinando como dientes furiosos. El caos. Caminar por Tlalpan y tratar de comunicarme con mis familiares; amigos preocupados. Mis tíos preguntan si estoy bien y mi hermana llora al teléfono. En Querétaro, donde viven ellos, apenas llegan algunas noticias. Desesperación por ayudar donde sea. Por la noche, sin luz, una persona arrastra un carrito de súper para colectar cobijas y alimentos para la gente del multifamiliar de Tlalpan. También estamos cerca del Rébsamen. Llegamos la mañana siguiente a preguntar qué necesitan y nos dan una lista de medicinas. Por Division del Norte es impresionante la cantidad de motos, camionetas y autos que llevan víveres al centro de acopio que se improvisó en un parque. Al otro día, a ayudar al turno de la noche a remover escombros de un edificio en Escocia, entre Eugenia y Gabriel Mancera. Hay orden, buena organización y mucha gente. Nos vacunan contra el tétanos. "Vidrios; varilla, madera", son algunas de las advertencias cuando me pasan la cubeta en cadena humana. En un breve receso, el muchacho de junto me ofrece de su torta. Ha estado en Taxqueña, Zapata y otros más. Por un momento pienso que a no muchas cuadras, hace 32 años, sacaban a un bebé con su madre. Y me alegra saber que estoy aquí y que viví otro 19 de septiembre en la Ciudad de México y no en una ciudad del bajío que me recibió 15 años y desde donde el 19-S no tiene el mismo significado simbólico ni la misma carga emotiva. Yo, especialmente yo, tenía que vivirlo de cerca. No estoy listo para el próximo simulacro.