H e repasado esta sensación decenas de veces, sobre todo cuando oigo un estruendo, quizás de la tormenta que se avecina o del camión que pasó. Pareciera que mi piel y mis carnes hubieran grabado las sensaciones, pareciera que mis ojos observaran más, mis orejas como antenas detectando el peligro. Un cuerpo que el 19 de septiembre de 2017 tambaleó ante el asfalto ondulante. Vengo de dar un curso de comunicación a un grupo de protección civil de la Secretaría de Educación Pública? el grupo está a cargo de resguardar a más de cuatrocientas personas que deambulan diariamente en las instalaciones del IEBEM en Cuernavaca en momentos de riesgo y los dejo discutiendo lo aprendido en el curso conmigo, resguardados ellos en un salón del tercer piso del lugar. Pero yo ya me he despedido y vengo en la calle, repasando la experiencia del segundo de cinco días planificados del curso, contenta de haber podido apoyar con técnicas de comunicación asertiva y de reflexión en momentos de crisis. Se lo platico animosa a mi esposo quien me recoge para evitarme el tener que tomar un transporte público. En fracciones de segundo mi cuerpo registra algo no experimentado antes. Mi corazón se acelera incrédula de esta realidad que ya no es un simulacro. A mi alrededor algunos jóvenes salen corriendo de un taller mecánico, una fila de coches se detiene? el asfalto ondulante y el cuerpo que ondula junto con él mientras la mente alerta se paraliza, pues no se piensa, pues no se reconoce una realidad que sobrepasa. Lo único certero que es la tierra que pisamos se hace agua, se quiebra, una marea alborotada que hace que mi existencia, toda, pareciera naufragar. Nos bajamos y entonces repaso mentalmente la prioridad haciendo que los rostros de mis cuatro hijos se queden en mi frente. El celular es el aparato más inútil en momentos de angustia y mi intuición me dice que tengo que conectarme con mis entrañas para sentir lo importante, para saber con certeza que están bien, pero el corazón no se aquieta, y la cabeza se dispersa.
Pasadas las olas volvemos al coche tratando de avanzar en un tráfico imposible para esta ciudad. Busco en la radio sin poder sintonizar lo que de verdad necesito. Sólo hablan de edificios caídos en el centro de Cuernavaca, sólo mencionan un epicentro ambiguo, de repente Puebla, de repente Morelos? hasta el locutor divaga en su ansiedad. Yo lo que necesito es que la radio me diga que Lupita está bien, que a pesar de estar en una azotea de un alto edificio en la Colonia del Valle, para ella sólo fue un susto pasajero. Yo lo que necesito es una estación que me hable de Raúl, seguro caminando con los amigos en busca de un transporte inexistente en una capital en crisis, que me cuente que finalmente optó por sumarse a la fila de manos que sacaron escombros de edificios caídos; Necesito noticias de Luis y de sus nervios por siempre hacer algo, Luis que quiere ayudar y se mete a los edificios no sabiendo bien cómo ni porqué , sólo reconociendo el para qué fundamental ante el terror! del momento: ¡salvar vidas!; ¿y qué de Carlos? Seguro más tranquilo estará pensando las cosas antes de alocarse? ¿¿Por qué esta radio no me dice nada de mis hijos?? Vivo un día lleno de tensión hasta saber de los hijos, de la familia. Las noticias van llegando de a poco, el mar alborotado de este martes sin razón se va calmando, el corazón va volviendo a su ritmo a pesar de no tener aún claridad de la dimensión del evento. Al día siguiente despierto con esa sensación de estar aún en un sueño pero mi cuerpo entero adolorido me regresa a la realidad. Se suspende mi curso en la SEP ante los daños de infraestructura y voy comprendiendo el estado de emergencia que gobierna. Al prender la computadora leo en las redes sociales una iniciativa de organizarse entre artistas y voluntarios para ver qué se puede hacer en las comunidades más afectadas de Morelos.
Con mi amiga Cristi decidimos ir a ver de qué se trata o qué podemos hacer. Citan a los interesados en un café del centro de Cuernavaca pero son tantas las personas que llegamos al encuentro que no cabemos en el café. Todos estamos sentados en la banqueta de la calle, somos quizás unos treinta. Una joven entusiasta, la que puso el mensaje de buena voluntad en las redes, toma la batuta y empieza a coordinar. Quiere que todos nos subamos ya a los coches que hayan y vayamos a las comunidades más retiradas y menos atendidas de Morelos. Los jóvenes, ar! tistas casi todos, se alborotan a la par queriendo ayudar. Mi amiga y yo, no tan jóvenes, no tan entusiastas, interrumpimos el desorden reinante con la idea de organizarnos, quizás por comunidades, quizás poniendo un responsable por grupo, quizás combinando la intervención cultural con el apoyo emocional. Los jóvenes valoran la propuesta y empiezan a formarse equipos de apoyo por albergue o comunidad: Altavista, Tlayacapan, Hueyapan, Tlaquiltenango, Jojutla, Coatetelco, Tetela del Volcán, Yautepec, Jiutepec? me doy cuenta de que no habemos más que un par de psicólogas entre tanto voluntario y que es imposible distribuirnos en todas las comunidades. Nuestro apoyo tiene que ser más efectivo, menos disperso. Decido que mi colaboración personal será compartir esta acción organizando el grupo de apoyo emocional para poder dar acompañamiento en los albergues y comunidades afectadas de Morelos. Sin demora escribo un texto en las redes sociales convocando a quien quiera apoyar en el acompañamiento a personas en esta situación de crisis.
Se necesitan orejas que escuchen, ojos que ayuden a contactar, pies que se acerquen a cada albergue y a cada pueblo, presencias comprometidas que estén. Conocidos y desconocidos llaman, escriben, se van comprometiendo. Empezamos a organizarnos, a distribuirnos en los lugares, a coordinar nuestra labor con la de la brigada cultural. Se me ocurre armar un grupo en whatsapp y voy integrando a los terapeutas, facilitadores y psicólogos que nos hemos ido anotando. Cuando el chat me pide ponerle un nombre, sin dudarlo decido: ?Terapeutas por Morelos?. La primera semana me toca estar reuniéndome con los equipos, mandando mensajes por chat, compartiendo documentos y material para actualizarnos en temas de intervención en crisis, armando una campaña de donación de materiales didácticos para trabajar con las personas afectadas. Son muchos los que colaboran, desde la que apoya en la logística, el que brinda sus conocimientos y nos capacita, los que se lanzan a las comunidades entregando su energía y su tiempo. A mí se me va el día pegada al celular respondiendo a las demandas de todos los equipos. Sé que puedo dar mucho más y a la vez sé que en este momento me toca el rol administrativo pegada al celular. Los días van pasando... el cansancio es extremo para todo el grupo. Se dan capacitaciones y sesiones de contención emocional para los participantes en el grupo, por aquello de que quien ayuda, necesita también ayuda. Mis hombros duelen todo el tiempo. Me dicen que puede ser la postura de estar todo el día con el celular, yo pienso que es la tremenda carga que estoy llevando a cuestas?Como si cargara en mis hombros los sacos de escombros o los cuerpos sin nombre que sé que en este momento mi hijo rescatista está sacando de los edificios en ruinas del D.F. Sé que mi carga no es tan dramática pero a la vez siento el peso al estar velando por los terapeutas, procurando que sigan las normas de seguridad, viendo que recojan el material donado y lo utilicen adecuadamente, pidiendo que investiguen las necesidades de la población y que anoten sus experiencias para irlas sistematizando, promoviendo que asistan a las capacitaciones.
Y sí, estoy acá sentada y es real el cansancio, el develo, incluso la presión alta es medible, pero pienso en quienes están durmiendo a la intemperie con miedo, lluvia e incertidumbre y entonces vuelvo a retomar mi labor con energía? ya el dolor de hombros pasará. A dos semanas del terremoto, el grupo tiene una propuesta metodológica para trabajar no sólo en el apoyo emocional o desde la intervención en crisis, si no para la reconstrucción integral de las comunidades que enfrentaron pérdidas por el terremoto. Mi tocaya Pilar Lomelín, del grupo que está yendo a Tlatempa, nos comparte la idea de ?adoptar un pueblo? e implicarnos en un compromiso con la gente donde fluyan las sabidurías para salir adelante. A medida que corren los días, el impulso por ayudar empieza a disminuir en la población en general. Las donaciones son cada vez menores, los titulares ya no presentan tantas noticias de las zonas afectadas. Algunos del grupo de terapeutas que no tienen el compromiso o tiempo necesario empiezan a sentir que esto es en serio y a largo plazo y se van retirando. Como una acción afirmativa que sale del corazón tomo entonces una decisión importante: Apoyar personalmente a dos comunidades de Morelos, yendo una vez a la semana a cada una para dar de la mejor manera en la que sé dar: acompañando, escuchando, aprendiendo. Siento ahora que puedo amanecer con una nueva luz por compartir; siento ahora que toda la dispersión que era frecuente en mi vida se enrumba al fin con un significado real. Ir a La Nopalera, Yautepec, y a Los Hornos, Tlaquiltenango me ayuda a concretar el apoyo que había estado coordinando desde el celular.
Constatar la realidad de las personas sin techo, viviendo con el miedo a flor de piel y reconociendo la capacidad de renacer ante la adversidad me permite tener una nueva sensación en el cuerpo, ya no naufrago ante las olas que se imponen, ahora bailo un poco y comparto el movimiento con las personas que quieran fluir. Ha pasado ya un año. Llegamos a ser 60 voluntarios, llegamos a atender 10 comunidades y albergues del Estado, fuimos hombres y mujeres en tiempos de crisis a escuchar y a crecer. Las historias que conocimos las sentimos como propias, los pueblos que lloraban desde las grietas de sus muros nos hicieron también llorar. Las sonrisas en los labios de niños y de mujeres nos dieron fuerza para seguir yendo; la vitalidad de sus brazos, la creatividad de sus autoridades, la generosidad de unos con otros calaron en nosotros. Hoy, a un año de la tierra ondulante me comprometo aún más. Sigo yendo a Los Hornos con un maravilloso equipo de trabajo formado por cuatro mujeres que insistimos en ?adoptar un pueblo?. Ahora el trabajo es con las mujeres que a pesar de sentir que naufragaban decidieron también moverse con las olas. La labor de apoyar en el reconocimiento de sus experiencias y con ello el reconocimiento de sí mismas ayuda a detectar en su centro esa vital fuerza que les ayuda a navegar por nuevos rumbos, a transformarse y a transformar a una comunidad entera.