Este breve testimonio pretende honrar la vida de mi madre: la Profesora Yolanda Elisa Castañeda Ortiz fundadora de la ENCCH de la UNAM quien falleció el 19 de septiembre de 2017, aproximadamente, a las 13 horas con 15 minutos. Fui testigo del derrumbe del edificio en Rancho del Arco 32. Me encontraba a 300 metros en el momento del sismo casi enfrente del parque Salvador Allende. Fue la experiencia más dolorosa que he vivido. Difícilmente, antes de ese momento, pude imaginar, si quiera, la existencia de un dolor tan agobiantemente invasivo. ¿A caso, hasta ese día, sabía, realmente, qué era el dolor? No hasta ese 19 de septiembre. En cuanto vi caer el edificio, en lo más hondo de todo mi ser, emergió un incontenible dolor. Poco a poco fui entendiendo que, en realidad, el origen del dolor era mi propio corazón. Externamente eran lágrimas, interiormente, era el corazón el que se desgarraba. ¡Nunca pensé que el origen del dolor fuese nuestro propio corazón! ¿Cómo la fuente de todo lo bueno, como lo es el coraón, puede producir un estado tan desgarrador? El dolor es un océano que te absorbe. Y, ¿qué hay más allá del dolor? La vida. Y, ¿qué es la vida? Una suma amplia de acciones y comportamientos correctos que un ser humano puede elegir y ser. La vida es justa por naturaleza, y en ese sentido, te impulsa a hacer lo correcto. La naturaleza humana más genuina es esa: la simplicidad de conductas correctas en medio del peor dolor. Agradezco, profundamente, a cada persona que me brindó su ayuda incondicional. Mi idea de la sociedad mexicana ha cambiado profundamente desde el 19 de septiembre, estoy seguro que, más allá de las dificultades, habremos de superar, los mexicanos, juntos, los diferentes retos que implicará, ciertamente, enfrentar, en el futuro, esta o cualquier otra dificultad equivalente, después de todo somos una cultura donde la vida, y por tanto el dolor, siempre han marcado diferentes momentos de nuestra historia y han mostrado, esencialmente, que somos personas, los mexicanos, que tendemos a hacer lo correcto ante el peor dolor colectivo, habrá que integrarlo también, en aquellas circunstancias en las que la adversidad no nos agobia ni nos empuja, con tanta fuerza, al inagotable y coherente espacio que implica hacer, simplemente, lo que es correcto. Con esa claridad deseo que ese sea el sino de nuestra cultura y que ese sea la realización, más genuina, de nuestra historia en el devenir humano.