Martes 19 de septiembre de 2017. 11:00 horas. Estaba en casa esperando el comienzo del simulacro de sismo 2017. Lo estaba viendo a través del Canal de las Estrellas y también en ForoTV. La Alerta Sísmica de Televisa estaba sonando al mismo tiempo en que las instalaciones estaban siendo desalojadas. Todo era orden y calma. Galilea Montijo y Andrea Legarreta dirigían al personal de la televisora hacia la calle y orientaban a los televidentes sobre qué hacer en caso de sismo. Hasta ese momento me quedó claro que el simulacro de sismo 2017, había sido un éxito en hospitales, escuelas, edificios públicos, museos, unidades habitacionales, etc . Entonces decidí visitar el museo del Colegio de San Ildefonso. Salí de ciudad Neza a las 11:30 y llegué al metro Zócalo como a las 12:40 pm. Entré a San Ildefonso cinco minutos después y me dirigí al área de los talleres artísticos del museo donde había una actividad de disfrazarse como estudiante de los años cuarenta para conmemorar los 150 Años de la Escuela Nacional Preparatoria. Me disfracé con ropa de la época de los años cuarenta con la ayuda de una chica de Servicio Social. Esta chica me iba a tomar una fotografía en sepia frente a los murales de Orozco. En eso estábamos (ella reclinada en el piso con su cámara en contrapicada y yo recargada en una de las enormes y monumentales columnas de cantera que adornan este recinto del siglo XVIII) cuando comenzó a temblar. La chica de Servicio Social de San Ildefonso fue quien me alertó de que estaba temblando (quizá la chica comenzó a sentirlo más que yo porque ella estaba en el piso y yo estaba recargada en la columna posando para la cámara) y me dijo: ¡está temblando, no se asuste. Y yo le respondí: ¡No puede ser!
¡No puede temblar! ¡Hoy es 19 de septiembre! Que respuesta. Pero fue tanta mi incredulidad de que estuviera temblando en ese momento que no pude aceptarlo, pues 32 años antes, un jueves 19 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 grados había colapsado el Centro Histórico de la Ciudad de México dejando miles de muertos y edificios caídos como el Nuevo León en Tlatelolco y el Hotel Regis en la Alameda, por mencionar los más impactantes. Con el sismo encima seguía pensando: Es que no. No puede ser. No puede estar temblando si apenas hace dos horas hubo un mega simulacro de sismo en toda la ciudad. No lo podía creer. Parecía que estaba dentro de un cine viendo una película sobre un terremoto con efectos especiales de sensurround. Durante este sismo, aquel martes 19 de septiembre de 2017, a las 13:14 horas, se escuchaba el sonido de la Alerta Sísmica y al mismo tiempo se sentía el movimiento oscilatorio del sismo. Hubo un momento en que pensé que se iba a caer este edificio colonial de más de 200 años de antigüedad. Ese momento fue justo cuando escuché que en el segundo piso, donde están las galerías, comenzaron a caerse todo tipo de cosas. El ruido de objetos cayendo al piso me dejó en shock. Y entonces tuve un presentimiento. Pensé que si ese edificio antiguo hecho de cantera y tezontle se movía de forma violenta, seguro afuera se estaban cayendo edificios. Y tristemente, así fue. Para ese momento se habían desplomado escuelas y edificios en varias zonas de la Ciudad de México y el saldo de varios muertos y heridos. Una hora después pudimos salir de San Ildefonso. No había luz. No había restaurantes abiertos, ni cafeterías. Tampoco transporte público. El metro no funcionaba. Todos los comercios estaban cerrados. Ni donde tomar agua, o tomar un café, recargar el celular, ir al baño. Todo era un caos en las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México. La Catedral había perdido una Cruz de una de sus torres y La Fe, una de las tres esculturas de Tolsá, había volado hacia el suelo y estaba destrozada. Escuché la radio de mi celular. Y en Radio Red me enteré que había caído el Colegio Rébsamen y que había niños atrapados y otros estaban muertos. Llorando seguía caminando. Prácticamente caminé desde San Ildefonso hasta la colonia Roma. En mi trayecto sobre Reforma vi edificios con los vidrios rotos. Un copón del siglo XIX yacía en la banqueta del camellón frente al Hotel Barceló. Luego en Sullivan e Insurgentes vi el monumento a la Madre en pedazos. No había red. Y un teléfono de tarjeta me salvó para comunicarme con mis familiares. Todos estaban bien, asustados, pero bien. Me sentí más tranquila y seguí mi camino para encontrar un transporte que me regresaar a Neza. Pero no hubo tal. Llegó la noche y escuché en el radio que necesitaban ayuda en un edificio de Álvaro Obregón # 286 en la colonia Roma. En la colonia Roma cayeron varios edificios. Fue una zona devastada por este sismo, igual como sucedió en el sismo del 19/S/85. Las labores de rescate estaban a todo lo que daba. Frente a este edificio se armó un campamento y estuve colaborando separando herramientas, agua, alimentos, cobijas, tiendas de campaña, medicamentos, haciendo sandwichs, etc. La ayuda llegaba de toda la población que se solidarizó ante una tragedia tan grande. Vi a los jóvenes llamados millenials movidísimos llevando herramientas, picos, palas, cascos, comida, agua, en sus motos y bicicletas hacia los edificios colapsados que estaban cerca de Avenida Álvaro Obregón. Me conmovió la forma en que algunos llegaban. Estaban pálidos, asustados, y al mismo tiempo, dispuestos a ayudar en lo que fuera. Sus teléfonos inteligentes les alertaban dónde exactamente se necesitaba la ayuda. Llegó un momento en el que me sentí muy cansada y comencé buscar transporte para ir a la casa de unos amigos cerca de Ciudad Universitaria. Y muchas horas más tarde, ya casi las doce de la noche tomé el metrobús de Insurgentes a la altura de la calle de Yucatán. El servicio era gratuito hasta San Ángel. Ya no traía pila en mi celular y una señora me prestó su teléfono móvil para hacer una llamada a mis amigos. Por fin hablé con ellos y me contaron llorando que en su casa habían caído muebles y cosas. Nada grave. Llegué sana y salva a su casa. No pudimos dormir. Nos quedamos a levantar muebles y libros que cayeron en su departamento. Al cuarto día nos fuimos al Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria para ayudar en el Centro de Acopio. Y así pasaron varios días. Hasta que poco a poco se fue normalizando el transporte y la vida cotidiana. No así el dolor que dejó la tragedia. 229 muertos solo en esta ciudad. El sismo del 19/S/17 afectó los pisos de la cocina de mi casa y dejó grietas en los muros de dos recámaras. No he querido hacer las reparaciones de estos daños que nos causó el sismo. De hecho, en el piso todavía está un cuadro que cayó al suelo ese día. Ahí está con el vidrio roto. Esto me hace recordar cada día que puede volver a temblar y que hay que estar preparados.