una herida abierta en México
*Este texto es un complemento del documental ‘Las tres muertes de Marisela Escobedo’, que puede verse en Netflix.
A principios de 2009 una madre mexicana de nombre Marisela Escobedo comenzó a escribir un diario en el que narraba el doloroso feminicidio de su hija Rubí Fraire Escobedo, de 16 años. Años más tarde, la historia de Marisela, convertida ya en una activista, dejó al descubierto un caso plagado de negligencia, corrupción, falsos culpables fabricados por las autoridades y evidencias del crimen organizado ligado a instituciones de gobierno.
Marisela Escobedo se había convertido en una mujer incómoda para el poder, y el 16 de diciembre de 2010, mientras seguía exigiendo justicia para su hija frente al Palacio de Gobierno del fronterizo estado de Chihuahua, una bala disparada a su cabeza acabó con su vida.
Su historia se había contado por partes y faltaban piezas; pero hoy, después de una investigación exhaustiva para la realización del documental Las tres Muertes de Marisela Escobedo, producido por Netflix, VICE Studios y Scopio, podemos reconstruir su vida.
Diarios, fotografías y videos familiares; entrevistas inéditas, 3,707 hojas de expedientes, un centenar de solicitudes de información, más de 21 horas de audiencias en video, y 342 sucesos registrados en una línea del tiempo nos permiten volver a poner en la mesa uno de los casos más lacerantes, y terriblemente vigentes en la historia México.
Marisela fue asesinada hace ya una década y hoy su feminicidio de tintes políticos y criminales sigue impune. Fue una mujer valiente e incansable, que convirtió la búsqueda de justicia para su hija en la búsqueda de justicia para todas las hijas del país. El mapa que nos dejó solo estará completo el día que logremos darle algo que ella nunca pudo conseguir en vida: justicia.
Sergio Barraza Bocanegra asesinó a Rubí Fraire Escobedo, quemó su cuerpo y lo abandonó en un tiradero de desperdicios de cerdo llamado Las Marraneras, en Ciudad Juárez, Chihuahua, el 30 de agosto de 2008. Algunos fragmentos de sus huesos fueron encontrados 10 meses después, el 18 de junio de 2009.
La madrugada posterior a su asesinato, cuando el reloj marcaba las 3:00 a.m., un hombre llegó visiblemente alterado a una de las estaciones de Policía de Ciudad Juárez, la única ciudad en el mundo salpicada de miles de cruces de color rosa que representan a las mujeres ahí asesinadas.
Rafael Gómez Rojas informó que su hijastro Sergio Barraza, de 25 años, había llegado a su casa de la colonia 16 de Septiembre para decirle que había matado a Rubí. Los policías municipales Gabriel Atayde Gameros y Juan Manuel Arguijo, adscritos a la estación Delicias, fueron informados de los hechos y su superior les ordenó atender el caso.
Los tres se dirigieron al domicilio que Rafael Gómez compartía con su pareja, Leticia Bocanegra, madre de Sergio, y ahí él ratificó a los agentes la versión que dio su padrastro en la comisaría: horas antes había matado a Rubí en la casa en la que vivían junto con su bebé de seis meses, ubicada en el Fraccionamiento Cuernavaca.
Fue el propio Sergio quien guió a los policías y les abrió la puerta para que inspeccionaran la casa pasadas las 3:30 de la madrugada. Los agentes recorrieron los cuartos esperando encontrar el cuerpo de Rubí, y quizá el de otro joven, pues según él también había matado a un “bato” al que encontró con su pareja.
La inspección duró de 20 a 25 minutos, pero los policías no encontraron ningún cadáver. Tampoco sangre o algún cartucho percutido. No había evidencia de que alguien hubiera sido asesinado.
Durante la inspección la tensión subió de tono. Sergio “tenía los ojos rojos”, y “por lo que decía, parecía que estaba drogado”, según la declaración de los policías, quienes al no encontrar evidencia de la chica, le preguntaron sobre su familia. “Se puso muy agresivo con nosotros, y ya no nos quiso decir nada”, recordaría Gabriel Atayde después.
Lo que sucedió posteriormente abrió un paréntesis de cuatro meses en los que no se hizo nada por buscar a Rubí o dar aviso a sus familiares, abrir una carpeta de investigación o seguir la pista a Sergio Barraza: los agentes —con una capacitación de solo cinco meses en la academia—decidieron llevarlo con un juez de barandilla, quien a su vez decidió liberarlo luego de 36 horas, debido a que en ese lapso nadie se acercó a la comisaría a decir que había una chica desaparecida.
Marisela, la madre de Rubí, y sus hermanos, daban por hecho que ella, junto con Sergio y su hija recién nacida, se habían ido a vivir al estado de Aguascalientes; una mentira que él les hizo llegar para que no los buscaran. Rubí, a su vez, había dejado una supuesta nota de despedida, la cual encontró su hermano Juan Manuel Fraire, pero “le pareció que no era su letra”.
La relación y comunicación entre familias no era buena. Sergio mantenía un férreo control sobre Rubí. La solía aislar completamente por semanas o meses de su círculo más cercano. Sin embargo, él les había mandado decir que volverían a Ciudad Juárez para pasar las celebraciones navideñas.
Cuando Rubí no apareció para esas fechas, su familia fue a buscarla a la casa de Leticia Bocanegra en la colonia 16 de Septiembre, un barrio marginado y de calles desordenadas.
“Fuimos a buscar a Sergio a las 7:00 de la mañana, y la señora Leticia Bocanegra lo sacó para que hable con nosotros”, escribió Marisela en el diario en el que anotaba cada paso que daba. Cuando le preguntaron por Rubí, Sergio solo dijo: “Se fue con otro bato”.
Aquello no encajaba. Todo sonaba disparatado y sin sentido para la familia de Rubí. Ella no podía haberse marchado y abandonado a su bebé, que estaba con Sergio.
Ese mismo día, el 6 de enero de 2009, Marisela se presentó en la subprocuraduría estatal para reportar a Rubí como desaparecida, pero no llevaba fotos ni su acta de nacimiento, necesarios para crear una ficha y un cártel.
Al día siguiente, Marisela enfrentó el primer día de una larga y tortuosa relación con la burocracia y autoridades de justicia de México. Así lo escribió en su diario: “Regreso (a la subprocuraduría) con la foto y acta de Rubí, y nos atiende la C. Karla de la Vega Mayagoitia y me trata de mala manera, y me cuestiona, porqué permitía yo que mi hija se hubiera ido con un hombre mayor que ella, que seguramente si fuera su hija ella no lo permitiría, y algunos otros comentarios que no venían al caso; y me volvió a preguntar todo el relato que ya había yo proporcionado anteriormente y me entrega un papel amarillo y me dice que es el número de referencia del caso (07/09), y me entrega aproximadamente 20 pesquisas, a las cuales yo les saqué copia para repartirlas al siguiente día”. ¿Qué madre podría encontrar a su hija con 20 pesquisas?
Solo 23 días después de que Marisela, su hija Jessica y su hijo Juan Manuel Fraire Escobedo comenzaron a pegar y repartir las pesquisas, un chico menor de edad les llamó por teléfono para decirles que él les podía decir algo sobre Rubí. El chico, un testigo protegido al que durante el juicio llamaron Ángel Gabriel, fue el primero que narró a Marisela la versión que él había escuchado sobre lo que le había sucedido.
Ángel Gabriel recordó que una noche, hacia finales de agosto, un grupo de muchachos —él incluido— estaban alrededor de una hoguera en la colonia 16 de Septiembre cuando llegó Andy Barraza (17 años), uno de los hermanos menores de Sergio. Les contó que éste se había “quebrado a su ruca (…) ‘Mi carnal se quebró a su ruca Rubí (…) y fue por mi otro hermano David (15 años) para que le ayudara a tirarla’”.
Horas más tarde el propio Sergio llegó a la hoguera y confirmó la versión: “La maté y la fuimos a tirar a Las Marraneras. La metí en un tambo, le eché mucha basura encima, le prendí fuego, la quemé y la fuimos a tirar entre el David y yo”.
La vida de David tuvo un final trágico: fue asesinado el 6 de octubre del año 2009, a los 16 años, de 20 puñaladas.
Leticia Bocanegra intentó posteriormente culpar a Marisela de la muerte de David, arguyendo que a raíz de que Sergio “mató (a Rubí) hace como un año —según asienta una denuncia oficial—, esa señora (Marisela) nos amenaza de muerte”.
El destino de la familia de *Ángel Gabriel fue igualmente trágico. Su madre Cirila, lo respaldó y le dio su permiso para que en abril de 2010 testificara en el juicio oral contra Sergio Barraza. “El aceptó (ir a declarar) con mucho miedo porque decía que lo podían matar”, recordó Marisela en el juicio al reconocer la valentía de él y su familia.
El 15 de marzo de 2011, menos de un año después de haber testificado, un comando armado irrumpió en la vivienda de la familia de la colonia 16 de Septiembre. Con armas de grueso calibre dispararon a sangre fría contra la madre Cirila Maciel Gracía, el tío Dámaso Maciel Gracía, y Juan Ernesto Valles (20 años). Debido a que el acceso a este expediente nos fue negado, no queda claro cuáles fueron las medidas que se tomaron para proteger a Ángel Gabriel como testigo, y tampoco si Juan Ernesto era en realidad Ángel Gabriel. Los tres murieron; y en el lugar fueron encontrados 15 casquillos y proyectiles deformados.
Los medios locales de inmediato ligaron el multihomicido a una posible venganza contra la familia por haber testificado contra Sergio Barraza en el caso de Rubí, pero la Fiscalía de Chihuahua se apresuró a decir que no tenía nada que ver.
“El 8 de febrero de 2009 realizamos el primer rastreo (en Las Marraneras) por nuestra cuenta, en el cual participamos aproximadamente entre 100 y 120 personas, entre ellas amistades de la familia, un grupo de jóvenes scouts y los padres de las jóvenes desaparecidas. Rastreamos el área después del Camino Real, al norponiente de la ciudad y abarcamos un área bastante amplia. En dicho rastreo sufrí un accidente; al rodar de un cerro me fracturé la rodilla izquierda (perdí el control debido a la fatiga ocasionada por varias horas de búsqueda), sin obtener resultados positivos”.
Extracto del diario de Marisela Escobedo.
Es difícil calcular la extensión de la zona a la que llaman Las Marraneras. El territorio comienza a llamarse así a partir de una hilera de casas modestas con corrales llenos de cerdos, para después convertirse en kilómetros de desierto. El paisaje se funde entre montañas de tierra, basura, vísceras y huesos de animales domésticos. Hoy en este lugar abandonado, se aprecian estructuras de palos y láminas en donde viven personas desplazadas por la violencia en la Sierra Tarahumara.
A ese primer rastreo siguieron al menos otros tres. Marisela se movía en muchos frentes para encontrar a Sergio Barraza y a su nieta. De contacto en contacto, descubrió que estaba escondido en la ciudad de Fresnillo, Zacatecas, a unos 1,200 km de Ciudad Juárez, y el 25 de marzo 2009 obtuvo la custodia provisional de su nieta.
Después de entregar esta información a las autoridades, Marisela presionó para que fueran a detenerlo, pero los funcionarios le dijeron que no debido a que era Semana Santa. Ella amenazó con hacer un plantón frente a la subprocuraduría y llamar a la prensa.
Marisela no estaba en el mejor estado de salud, pero insistió. “(Un día) amanecí muy enferma de una mastitis severa, según el médico ocasionada por el estrés que estaba viviendo en los últimos meses. Estuve en cama por dos semanas, luego me operaron de la rodilla que me había lastimado en el primer rastreo y a los 20 días me volvieron a operar de una mastectomía parcial (…) pero en cuanto se organizó el viaje a Zacatecas los acompañé a pesar de estar convaleciendo de las dos cirugías. Yo necesitaba estar allá, para ir a recoger a la niña (su nieta) y que (Sergio) me dijera qué había pasado con Rubí”, escribió en su diario.
Sergio fue aprehendido en Zacatecas el 16 de junio del 2009 por el delito de retención de menores. Pero al creer que estaba siendo detenido por el feminicidio de Rubí, se inculpó inmediatamente ante el agente Raúl Mora Moreno (según narró después el propio policía en el juicio). Esta segunda confesión —la primera fue la madrugada después del asesinato— tampoco fue formalizada ante el Ministerio Público ni se hizo ante la presencia de su abogado defensor, como lo marca el debido proceso legal.
Sergio Barraza fue trasladado y entregado a las autoridades de Chihuahua, a quienes indicó el lugar exacto en el que abandonó el cuerpo de Rubí. Al día siguiente, el 18 de junio, un equipo de forenses encontró 38 restos óseos en ese lugar. Las pruebas científicas confirmaron que eran de Rubí. La esperanza de encontrarla con vida se había esfumado. Ese día Marisela vivió una primera muerte.
Juan Manuel Fraire, su hermano, lo recordó así en sus escritos personales: “Cuando (Sergio) fue arrestado en Fresnillo, confesó haber matado a Rubí a golpes y que tiró su cuerpo en un basurero donde se tiran huesos y grasa de cerdo, también que había quemado su cuerpo. Después de ser trasladado a Juárez por agentes ministeriales, él mismo llevó a los agentes al lugar en el que se encontraban los restos de mi hermana, este lugar se encontraba dentro del área donde se llevaron a cabo tres rastreos, pero no se pudieron localizar sus restos porque había miles de huesos de cerdo y bolsas de grasa de este mismo animal. De los restos de mi hermana, solo se pudo recuperar una tercera parte, ya que fue devorada por perros y animales de rapiña”.
Rubí era una una chica alegre, carismática e inteligente. La consentida de la casa, como la describe su hermano Alejandro Freire. Una joven madre que quería a su bebé como a nada en el mundo, que jamás se separaba de ella, según contaba Marisela.