Sobrevivientes y sus historias

Sobrevivientes del Sismo de 1985, comparten la historia de como sobrevivierón y como el sismo cambio su vida.



Por Valentina Pérez


Por Valentín Pérez Botero y Karla Casillas

Por Julián Sánchez

Por Jaime Hernández / Corresponsal en Washington

por Pedro Villa y Caña
María y Guadalupe coinciden en señalar que el sismo mostró el espíritu solidario que tuvo la sociedad con los afectados.
“Luego, luego, desde el primer día del temblor, los vecinos nos apoyaron con comida. Un día después vino todo un camión de estudiantes del CCH con sus profesores para ver en que nos ayudaban. Recuerdo que nos regalaron tortas. Eso siempre lo recordaré".
Ambas costureras se dedican actualmente a dar clases de diseño de modas y costura de manera gratuita. Ellas consideran, a 30 años del sismo, que las condiciones de trabajo y sociales no han tenido grandes cambios.


Eran las 7 de la mañana. Como todos los días, María Hernández introdujo su tarjeta de trabajo al viejo reloj para marcar el inicio de su jornada laboral como costurera en la colonia Obrera. De forma automática, comenzó a medir los pedazos de tela para confeccionar su cuota diaria de mil 200 dobladillos a pantalones.

Poco a poco el sonido y movimiento de las máquinas de coser comenzó a inundar ese pequeño local que servía como fábrica de maquila. Sin embargo, 17 minutos de iniciada su jornada laboral, ésta se interrumpió con un fuerte movimiento que hizo que los hilos y telas se cayeran. Las máquinas dejaron de funcionar para dar paso al mayor sismo ocurrido en la capital mexicana.

“Era un edificio muy viejo, había sido un restaurante, no pudimos salir corriendo porque la puerta principal se trabó, no nos dejaba salir. Nos asomamos por las ventanas y gritábamos por ayuda. No había teléfono, no había luz. Por las ventanas les decíamos a los vecinos que les avisaran a los dueños que estaban a dos cuadras, que nos sacaran de ahí, pero ellos estaban ocupados en otra fábrica, revisando que nadie se robara nada”, relata.

“Había muchas compañeras histéricas, gritando. Algunas se desmayaron al ver que no podíamos salir. Gracias a que unos muchachos vinieron a romper la puerta con martillos fue que pudimos salir.

“Los patrones no nos dejaban irnos a nuestra casa para ver a nuestros hijos, a nuestra familia. Querían que no nos fuéramos porque estaban esperando a que llegara la luz, pero como vieron que no regresaba, nos dijeron ‘si se van a ir pero nos van a reponer el tiempo en otro día’. ¡Imagínate! Nos dijeron que al otro día nos presentáramos normal, y lo hicimos, pero no había luz todavía. Nos dijeron ‘bueno pónganse a limpiar el taller, aunque van a tener que pagar las horas que no trabajaron’”. A pesar de que el edificio donde laboraba María no colapsó, sí tuvo fracturas que ponía en riesgo a más de 70 mujeres que ahí trabajaban.

“Le decíamos a los patrones que vieran como había quedado, porque había muchas grietas. En un lado del taller había un boquete al que después sólo le echaron mezcla y ya. Nos decían que no pasaba nada, que no nos preocupáramos de eso. Era impactante cómo habían quedado esos edificios, muchas compañeras murieron. A los patrones les interesaba sacar la mercancía y las máquinas antes que rescatar a las costureras. Era un ambiente muy tétrico”.


Para Guadalupe Conde Dorado ese día de septiembre comenzaba de manera normal. Como era costumbre desde hace cuatro años, tomaba la ruta 100 para dirigirse a su trabajo de costura en la avenida San Fray Servando.

De pronto, un fuerte e inesperado movimiento al camión hizo que todos los pasajeros se bajaran. “Yo vi como el piso se abrió, fue algo apocalíptico, nunca podré olvidar como la gente comenzó a gritar y a correr”, recuerda la escena que la acompaña permanentemente.

“No sabíamos qué consecuencias había traído el temblor, comencé a caminar rumbo a mi trabajo. En el camino una persona pasó llorando y dijo que se habían caído edificios. Entonces me preocupe. La policía ya no me dejó pasar para ir al taller donde trabajaba, pero pude ver que no se cayó. Como nos dijeron que la zona estaba cerrada y no pasaría, me fui a San Antonio, donde tenía muchas amigas.

“Ahí estaba todo horrible, nunca había visto algo parecido. Muchos edificios donde había trabajo se cayeron y ahí conocía a muchas empleadas.”

Menciona que de forma automática, como si un espíritu de hermandad las uniera, las trabajadoras de la costura que habían sobrevivido comenzaron a reunirse y pedir ayuda por quienes podían estar vivos. Las lágrimas llegan cuando se le pregunta sobre sus compañeras, sepultadas entre los escombros.

“Era una cosa trágica”, afirma con voz quebrada. “Se escuchaban lamentos, pequeños gritos. Sabíamos que había muchas compañeras ahí en los escombros. Al principio, entre nosotras tratamos de sacarlas, junto con los vecinos, pero llegó la policía y nos impidió hacer alguna maniobra”.

Guadalupe comenta, aún con indignación, que lo primero que hicieron los patrones fue tratar de sacar las máquinas y los rollos de tela, antes que a sus empleadas.

“Lo que ellos querían y por lo que se preocupaban es por lo que decían que les pertenecía: las máquinas de coser y la tela”. Debido a que al momento del sismo ya era horario laboral en la zona, decenas de ellas murieron. “Había una fila de ataúdes cerca del metro, pero no sacaron rápido a todas las compañeras . Al gobierno no le importó. Todavía pasado el Día de Muertos, el 2 de noviembre de ese año, siguieron sacando cuerpos”.