Era el día de pago. Y como cada quincena la entrada del Hospital Materno Infantil se llenaba desde las siete de la mañana, ahí se formaban enfermeras, médicos y personal en la Torre Administrativa, cerca del comedor.
De acuerdo con testigos y sobrevivientes, desde las 06:50 se percibía un fuerte olor a gas. Fue a las 7:10 cuando se escuchó sólo el estruendo. Eso lo confirma Liz, una vecina que vive junto al hospital. Veían la televisión, justo estaban dando la hora. Ya se iba porque se le hacia tarde para dejar a su hija en la escuela.
La explosión de la pipa, que estaba de reversa en el patio del hospital, destrozó primero el área de Urgencias, que por lo regular cada noche atiende a unas 30 pacientes y cuyos familiares esperan en el lugar.
La sala de urgencias y el quirófano, la lavandería y la zona de ILE también fue dañaba porque era la zona próxima a la explosión. Al fondo estaba la Central de Esterilización y Equipos y luego los neonatos.
César Damián Mateo vivía con 12 personas en Av. 16 de septiembre número 57, al lado de la entrada del hospital materno infantil.
Al diez para las 7:00 César Damián se acaba de despertar. Estaba en su cama. Estaba viendo hacia la ventana cuando una luz amarilla y la estruendo reventaron las ventanas y levantaron las laminas del techo de su casa.
Le gritó a su hermana Griselda que bajará y apagará el interruptor de la luz porque era el gas. El olor era penetrante. No sabía que había sido una pipa. Salió a buscar a su familia y con lo que encontró los tapó. Apenas y pudo meterse sus botas. Caminaban entre vidrios.
Una vez en la calle, vio como venían bajando varios vecinos de la colonia El Contadero. Algunos que se iban a trabajar, otros con pijamas y pantalones deportivos. Iban hacia el hospital que ya estaba derruido y algunas llamas salían.
Andrea estaba en la incubadora, no tenía su pulsera de identificación cuando la pipa explotó en el Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa.
Para su familia, a pesar de que la menor está grave pero estable, es un milagro que ante la magnitud del estallido ella siga aferrándose a la vida y que en cuestión de horas pudiera ser encontrada e identificada, aunque será sometida a pruebas para no dejar duda de su identidad.
Esta bebé que nació hace ocho días, y que por una complicación en sus pulmones fue hospitalizada, es uno de los 10 infantes que llegó sin identificación al Centro Médico ABC, de los cuales cuatro ya fueron reclamados y reconocidos por sus padres, aunque seis más —hasta el último reporte oficial del nosocomio— permanecen como desconocidos y se les realizarán análisis de ADN para poder ser entregados a sus padres.
Araceli Carrillo relató que su sobrina, la pequeña Andrea, se encontraba en el área de Neonatos para ser atendida del problema en sus pulmones, y como el reporte médico se daría hasta las 11:00 horas, por eso se encontraba sola cuando ocurrió la detonación.
Gabriela, de 19 años y madre de la menor, se enteró de lo ocurrido por televisión y desesperada pidió a su hermana que la acompañara a buscar a su bebé.
“Llegamos al hospital, y todo era un caos, no nos dejaban pasar y como conocemos el hospital nos pasamos por una calle de atrás”, contó Araceli.
“Nadie nos dijo donde se encontraba mi sobrina, y decidimos venir al Centro Médico ABC porque es el hospital que queda más cerca”.
“Mi sobrina no tenía pulsera de identificación porque cuando están en la incubadora puede infectar algún órgano”, ese es el motivo por el que Andrea y los otros menores que llegaron al ABC no tenían el aditamento.
Aún con el uniforme empolvado y con la adrenalina que lo impulsó a entrar a los escombros de lo que quedó del Hospital Infantil, donde la mañana del jueves explotó una pipa que dejó un saldo de tres muertos y 72 heridos, el elemento de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSPDF), Mauro Enrique Vera Suárez, narra cómo sucedió todo: “Sé que dicen que soy el héroe del día, no me siento así porque pude haber hecho más”.
Explicó, en conferencia, que al darse cuenta de la explosión inmediatamente acudió en su patrulla al lugar. “No sabíamos de que se trataba, por radio nos comunicaron del evento y así fue que llegamos, al momento de hacer la revisión vi a dos adultos que estaban entre los escombros, en eso, me di cuenta que unos metros más adelante estaba el bebé”.
“Se que los adultos son más fuertes y los dejé, preferí sacar al bebé. No lloraba, no había llanto ni hacía nada, estaba muy tranquilo y calientito. Tenía algunos raspones pero creo que no era grave y de ahí corrí hasta donde estaban los paramédicos y ya no volví a saber de ella”, explica el oficial que en ese momento desconocía que la menor que rescató, perdió la vida más tarde en el hospital donde fue trasladado debido a los fuertes golpes que recibió.
Vera Suárez no se siente un héroe pues, dice, el rescatar personas y atender a la ciudadanía es su trabajo y lo ha hecho con gusto desde hace más de 23 años que lleva en la corporación.
“Yo no me siento un héroe, los héroes somos todos los que estuvimos en el lugar en el momento justo, bomberos, paramédicos, policías y hasta la ciudadanía que ayudo”.
“De la niña ya no supe nada, yo hice mi trabajo. Sólo espero que este mejor, que se recupere, todo el día he estado trabajando y ni siquiera he hablado con mi familia. Quiero llegar a descasar, abrazar a mis hijos porque esto que viví fue muy fuerte y lamento no poder haber hecho más porque estaban otros cuerpos y vi dos cadáveres, eso es lo que me puede ahorita”, explica.
El policía detalla que después de entregar a la menor regresó nuevamente a levantar escombros y a buscar más víctimas. Después, al darse cuenta que su fotografía con la bebé en brazos circuló de inmediato en redes sociales, fue solicitado por sus superiores para reconocerlo por este acto.
Sin embargo, dice que no quiere un ascenso, aumento de sueldo ni nada.
Agustín Herrera recordó lo ocurrido en el sismo de 1985. Él es un médico que se salvó de morir atrapado entre los escombros del Hospital General y ayer, logró salir del Materno Infantil de Cuajimalpa donde trabaja como anestesiólogo.
Hace poco más de 29 años, Agustín era internista en el hospital derruido por el terremoto. Él recuerda que ese 19 de septiembre tomaba una clase en el salón de una torre que el sismo destruyó.
Ese día, Agustín salió de la clase por unos segundos. Su salida lo salvó de la muerte pero no de ayudar a quienes quedaron atrapados dentro del hospital.
Ayer, el médico recordó y vivió algo semejante. Él fue testigo del momento en que la explosión de una pipa de gas destruyó casi el total del hospital Materno Infantil.
El pánico, dice, fue el mismo. La gente corría sin saber a dónde. Los pacientes que lograron salir de pie no sabía a quién acudir. Madres con recién nacidos en brazos caminaban por la calle descalzas y con sólo una bata en busca de ayuda.
El miedo, dice olía a gas, igual que en aquel Hospital General.
El desconcierto fue casi igual que el vivido en el 85, pero ayer, ese sentimiento sólo duró unas horas.
En las dos ocasiones, ese miedo lo llevó a escapar del lugar y regresar para ayudar. Y es que el temor lo hace olvidar que es un médico obligado a auxiliar a la gente.
Así lo hizo la mañana de ayer cuando vio salir heridas a las mujeres, bebés y demás pacientes del Hospital Materno.
El doctor corrió para salvarse del fuego pero tras el estallido, regresó sobre sus pasos para asegurarse de que las ambulancias llevaran a sus pacientes a un lugar donde los atendieran.
Para el doctor dice, no es la suerte sino lo vivido en el sismo del 85, lo que ayer le ayudó a atender la emergencia.
“Todos éramos compañeros, no importaba si eran policías locales, federales o protección civil, todos nos unimos. Todo fue impactante, ver a las enfermeras lesionadas, gritando para que sacáramos a los niños, ver al vigilante tirado en la entrada del lugar mientras el fuego seguía ardiendo”, relata Edgar Arturo Fernández Weyman, uno de los primeros elementos federales que llegó al Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa para participar en las labores de rescate.
El también responsable de turno en la estación de Cuajimalpa de la Policía Federal narra que al llegar al lugar del siniestro, las llamas aún consumían parte del inmueble.
“Se sentía un calor fuerte, de hecho cuando ingresamos todavía olía a gas, había polvo y gente que salía con los rostros negro. Muchas llamaradas que salían de los escombros por todas partes, era un calor insoportable”, recuerda.
“Al ingresar cerca de las 07:25 horas, lo primero que encontramos fue al vigilante tirado en la puerta, pidiendo ayuda. También algunas enfermeras lloraban y gritaban que salváramos a los niños, que fuéramos por ellos”, narra.
Sin equipo de protección, Edgar Arturo comenta que se trasladó con sus compañeros a la parte donde estaba la pipa ardiendo para tratar de apagar el fuego con los mismos escombros y botellones de agua que encontraron en el lugar.
Con las manos y formando una cadena con los otros cuerpos de rescate, explica que comenzaron a sacar las piedras del lugar sin obtener resultados, hasta que un elemento de seguridad del Distrito Federal gritó: “aquí hay un bebé”.
Poco a poco, al lugar fue llegando personal de distintas corporaciones, recuerda Edgar Arturo, incluidos compañeros de la Policía Federal con perros adiestrados para rescatar personas atrapadas en los escombros.
Por más de 10 horas continuó apoyando en las labores de rescate y seguridad hasta que se les indicó que debían de retirarse ya que las labores habían terminado.
El uniformado cuenta que “fue después de las 17:00 horas, cuando nos comentaron que ya habían terminado las labores, porque era riesgoso estar ahí durante la noche”.
Reconoce que ver a la bebé que se rescató fue algo que marcó su vida. “Ver a la niña me dobló, eso fue lo más gratificante de todo ese trabajo, ver que la salvamos entre todos, porque yo tengo una niña, y al ver a la bebé me recordó lo frágil que puede ser la vida, en cualquier momento se pude terminar”.
Jonathan, de 11 años de edad, se acomoda un casco y unos goggles que le entregó uno de los grupos más reconocidos de rescate en México por su labor en el terremoto de 1985. Se toma la foto con integrantes del Escuadrón Topos, quienes lo nombraron miembro honorario del equipo.
Relata que unos minutos después de la explosión en el Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa, se sumó a las decenas de vecinos que entraron al lugar a sacar a los pacientes de entre los escombros.
“Yo saqué a un niño que estaba enterrado y se lo pasé a un paramédico”, comenta Jonathan. Después precisa que un paramédico fue quien halló al bebé herido y de inmediato se lo dieron en sus manos para que a su vez lo entregara a otro rescatista que corrió para llevarlo a una ambulancia.
Jonathan guió a este último paramédico y en el trayecto recuerda que el trabajador cayó con el bebé en brazos sin hacerle daño y siguieron hasta llegar a una ambulancia.
Un grito lo levantó. “¡Auxilio, necesitamos ayuda!”, fue el grito que los vecinos lanzaban desde la calle y que sorprendió a Jonathan minutos después de la explosión ocurrida a las 07:09 horas del jueves pasado.
De inmediato, salió de su casa, no se cambió, así, como había dormido, con el mismo pantalón y playera, pero no le importó, lo que faltaba era la rapidez, y él sólo fue a sacar a la gente atrapada entre la destrucción.
Sus familiares y él tomaron palas y picos para remover los restos del edificio. Recuerda que unos 70 vecinos se movilizaron para ayudar. “Los chavitos como yo se dedicaron a conseguir herramientas, a varios les dio miedo meterse, yo sí me aventé”, expresa.
El panorama de la tragedia estaba detrás de su casa, ubicada cerca del hospital, pero en una especie de meseta que brinda una vista total del área. “Estaba destruido todo”, resume Jonathan.
“El niño Topo”, como ya lo conocen algunos vecinos y policías que mantienen el resguardo de la zona, se queja un poco de las restricciones que después pusieron algunas autoridades para el acceso a la zona y las cuales ya no permitieron a los vecinos seguir con su colaboración “Sacamos ocho personas en media hora y ellos sacaron dos personas en cuatro horas”, sostiene. “Lo veo mal, nos hubieran dejado seguir a nosotros”, agrega.
Por la tarde, el niño ya no está en su casa. Al parecer, según policías, fue llamado para ir a las oficinas del Gobierno del Distrito Federal y ser reconocido por su valor.
Sin titubear, el pequeño con casco y googles como todo un rescatista, expresa “Me siento bien, orgulloso”..
Ana Lilia Gutiérrez Ledesma sabía que la orden de evacuación ya estaba dada debido a una fuga de gas en el Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa, pero aún permanecían varios recién nacidos en el área de cuneros. En lugar de salir, la enfermera de 57 años se quedó a sacar a otros niños.
“Las personas que la conocían coinciden en que cuando les indicaron que debían desalojar ella se regresó por otros bebés”, explica Adriana Ramírez Gutiérrez, una de las dos hijas de Ana Lilia.
Ente los restos de la estructura colapsada “la encontraron con un bebe entre sus brazos”, agrega su otra hija, Olga Leticia Ramírez.
Ayer, la mujer que llevaba 13 años en servicio en el hospital y que falleciera durante la explosión de una pipa de gas en el hospital, fue despedida por última vez por unas 300 personas. Se le dedicó una misa de cuerpo presente en una funeraria ubicada sobre la carretera México-Toluca, a la cual también acudió el jefe delegacional en Cuajimalpa, Adrián Rubalcava.
Remedios Ledesma, ex titular de dicha demarcación y tío de la enfermera, estuvo presente para acompañar a su sobrina.
Después su cuerpo fue sepultado en el panteón Jardines de Santa Elena, en la colonia Zentlápatl, dentro de la misma delegación.
En el sepelio, un mariachi tocó ‘Cielo Rojo’ para Ana Lilia, una de sus melodías favoritas.
“El bebé la protegió”. La señora Gutiérrez Ledesma vivía en la colonia Cuajimalpa Centro; era una persona alegre, resalta su familia.
“Cuando fui a reconocer su cuerpo tenía quemaduras en sus manos pero no en su tórax, al mismo tiempo el bebé le había protegido”, agrega Olga Leticia.
En el cementerio, después del sepelio, Adriana y Olga permanecen hasta que se va la última persona, conteniendo el llanto.
A la pregunta: ¿cómo recordarán a su mamá?, responden: como una heroína, eso es lo que fue.