Paola Ledezma, una mujer transgénero de 25 años, fue asesinada el 30 de septiembre de 2016. En la vía pública, y a la vista de todos, un hombre le disparó dos veces. La comunidad LGBTTTI es uno de los grupos más propensos a sufrir agresiones en el país. Y es que en México este tipo de discriminación sí mata. De 1995 a 2016, cada año, en promedio, 60 mexicanos fueron asesinados por su orientación sexual o identidad de género. En total se tiene el registro de mil 310 homicidios, de acuerdo con los datos recabados por la organización Letra S. La saña y el nivel de violencia son lo que marcan a estos crímenes. Los números reales son difíciles de dilucidar.
México ocupa el segundo lugar en este tipo de agresiones, solo por debajo de Brasil, según la información de Asistencia Legal por los Derechos Humanos (ASILEGAL). “Un crimen de odio puede diferenciarse por factores como la saña con la que se ejerce la violencia. Por lo regular la manera de asesinar a la persona es brutal e irracional. Hay homicidios que fueron por 40 o 70 cuchilladas. La tortura y la mutilación también son frecuentes. Incluso se han llegado a encontrar inscripciones en la piel”, explica Alejandro Brito, director de Letra S.
Alejandro Brito, director de Letra S.
La capital del país, el Estado de México, Veracruz, Nuevo León, Chihuahua y Michoacán reúnen el 50% de los más de mil asesinatos que Letra S logró recopilar mediante informes periodísticos. En dos de cada cinco homicidios, la víctima tenía entre 18 y 29 años.
La impunidad es la otra característica clave que está alrededor de estos casos. En México, solo en nueve de los 32 códigos penales está tipificado como homicidio calificado con “odio” cuando se comete por alguna razón de origen étnico, raza, género, edad o preferencias sexuales. Y aunque la Ciudad de México es uno de los estados en donde está vigente esta ley, esto no hizo que el asesinato de Paola dejara de ser una carpeta de investigación más.
Originaria de Pichucalco, Chiapas, Paola llegó a la capital a los 17 años. Sin familia y sin dinero, el trabajo sexual fue la única oportunidad laboral que encontró.
“Las mujeres trans son la población más vulnerable. Hay mucho estigma alrededor de ellas, y al no encontrar trabajo, recurren al trabajo sexual en la calle, lo cual las expone aún más”, asegura Brito.
En la Plaza de Garibaldi, uno de los sitios más reconocidos de la capital por ser el punto de reunión de cientos de mariachis, Paola encontró a su mejor apoyo: Kenya Cuevas, una mujer trans promotora del combate contra el VIH. El abandono y la intolerancia que ambas padecieron de pequeñas hizo que su amistad de convirtiera en casi una hermandad.
Un vestido color obscuro, tacones y pestañas postizas. Ese era el atuendo de Paola el día que fue asesinada. De pie, junto a Kenya, en el cruce de Avenida Insurgentes y Puente de Alvarado, las dos mujeres trans esperaban que llegara algún cliente.
“Me dijo que la noche estaba triste. Yo le comenté que era porque aún no habíamos tomado nada. Compramos un anís y brindamos”, recuerda Kenya
Quien asegura que las mujeres trans recurren al alcohol para aguantar el frío y las largas jornadas en tacones.
¡Salud!, eso fue lo último que se dijeron Paola y Kenya. Minutos después de brindar, un hombre a bordo de un automóvil Nissan color gris se acercó a solicitar un servicio. Felipe Delgado Olvera, un exmilitar que laboraba en una empresa de seguridad, iba conduciendo con los pantalones hasta las rodillas y en estado alcohólico. Paola aceptó y subió al coche. La pareja solo avanzó unos cuantos metros cuando Kenya escuchó los gritos de su amiga que la llamaba con desesperación. Cuando llegaron, escucharon las detonaciones. Dos disparos de arma de fuego silenciaron a Paola.
La escena era estremecedora. Delgado sostenía una pistola calibre 9 milímetros y el cuerpo sin vida de Paola estaba recostado en el asiento delantero. Este no era un patrón nuevo,
“las mujeres trans comúnmente son asesinadas en la calle o abandonan sus cuerpos en las avenidas. Es muy común que se use el arma de fuego e incluso en casos frecuentes se trata de autos que se detienen, les disparan y se dan a la fuga”, explica Brito de Letra S.
Las luces de una patrulla que circulaba por el lugar iluminaron el auto. Delgadillo Olvera fue trasladado al Ministerio Público. Kenya y dos de sus compañeras fueron a rendir su declaración. Ahí comenzó un proceso lleno de discriminación. Ninguna de las mujeres que presenciaron el asesinato fue autorizada para declarar como testigos.
Felipe Delgado declaró dos veces. En la primera aceptó haberle disparado a Paola porque no le dijo que era trans. Pero después, su testimonio afirmaba que la mujer intentó asaltarlo, forcejaron y ella misma se disparó.
Cuarenta y ocho horas después, durante la audiencia en la agencia del Ministerio Pública de Cuauhtémoc 8, la resolución de la autoridad capitalina fue determinante: no había las pruebas suficientes para determinar que Fernando Delgado Olvera había disparado el arma. Horas después fue puesto en libertad.
“Tenían al detenido, había testigos, la policía lo vio sosteniendo la pistola. Incluso había un video. Pensé que no tendría de qué preocuparme, pero lo dejaron libre”, narra Kenya.
Kenya tardó 11 meses en lograr que se le reconociera como testigo en el caso de Paola. Desde septiembre de 2016 se ha dedicado a ir a la Procuraduría para verificar el estatus de la investigación. Ya pasó un año y todo sigue igual. El 19 de octubre de 2017 se emitió una orden de reaprehensión contra Fernando Delgadillo, pero nadie conoce su paradero.
“Nadie en este país te va a decir cuántas sentencias hay por crímenes de odio porque nadie lleva un registro. Nuestra organización ha contabilizado en los últimos tres años un total de 202 homicidios y solo en 20 casos se sigue una línea de investigación de crimen de odio. Las autoridades prefieren decir que los asesinatos se cometen por otros motivos como incidentes de tráfico o crímenes pasionales”, explica Brito.
Y es que la problemática podría ser mucho mayor. Los datos que tiene la organización Letra S están basados únicamente en notas periodísticas. Hasta ahora, parece que las estadísticas oficiales son inexistentes.
En América Latina se calcula que el promedio de vida de los transexuales es de 35 años, de acuerdo con un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Paola no tenía ni 30 años cuando fue asesinada a sangre fría en las calles de la capital. Su crimen se quedó archivado en una simple carpeta de investigación. Sin familia, autoridades especializadas y en un marco de intolerancia, pareciera que su homicidio a nadie le importó.