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Alberto lleva 15 minutos buscándose una vena...

Alberto

Con una mano sostiene la jeringa que contiene la carga de cristal que minutos antes derritió y con la otra mano palpa distintas partes de su cuerpo para hallar un espacio donde encuentre sangre.


Alberto lleva 15 minutos de intentos fallidos. Busca una vena en ambos antebrazos. Busca otra en el muslo de su pierna izquierda. Con una mano sostiene la jeringa que contiene la esperada carga de ice que minutos antes derritió bajo fuego...

El deseo por esa sensación de euforia y excitación en todo el cuerpo es incontrolable para él. Sí... Una dosis de cristal.

Con la otra mano, Alberto palpa distintas partes de su cuerpo para hallar alguno de los conductos por donde retorna la sangre a su corazón. Busca. Ansioso, busca algo que lo tranquilice. De nuevo: pierna izquierda, muslo derecho, otra vez el izquierdo. Ya luego las mangas largas cubrirán las heridas en los brazos. Debajo de la rodilla, es notoria la piel en estado de descomposición con huecos provocados por la continua entrada de la aguja.

alberto


Intenta, intenta... Vuelve a fallar. El simple tacto no ayuda. Cada vez que entra la cabeza de la aguja en su piel, genera una sonrisa fría. No parpadea. Las muecas de alegría o enojo en su rostro van y vienen igual que los intentos. La jeringa ya está roja. Por fin entra. Jala para verificar que es una vena. La esperada dosis entra lentamente.

alberto

En este cuarto de 4 por 4 metros máximo, hay más consumidores de diferentes edades, ningúno menor de edad. Todos consumen cristal. Como Alberto, algunos se inyectan la sustancia, otros lo mezclan con heroína u otros sacan sus pipas y la fuman. Otros más, aplanan un pedazo de aluminio, ponen el cristal en el centro y pasan el encendedor debajo para luego, con un popote o un pedazo de pluma, inhalar. Quienes quieran inyectarse pagan 50 o 100 pesos, depende lo que compren.

Sin excepción, todos los consumidores de dosis por vía intravenosa toman una de las jeringas que está en un estuche de plástico verde. Sólo las limpian con un poco de agua antes de buscar una vena. No hay conciencia sobre el riesgo de contraer alguna enfermedad.

Alberto no mira de frente. No pierde concentración. Pero cuenta que vende al día entre 50 y 60 dosis de cristal, cada una en 50 pesos. Hay quien llega a revender parte de sus dosis, al salir de ahí, en 20 o 30 pesos. Esta escena es común en el valle entre Mexicali y San Luis Río Colorado, frontera con Estados Unidos.

Aquí, el cristal ha convertido a personas en “muertos vivientes” que caminan hablando solos. Que viajan en el sinsentido de la necesidad de una nueva dosis.

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