Una mujer de 26 años y residente de un barrio lujoso de Mazatlán desea ser madre a como dé lugar, pero tiene problemas para concebir.
Decide que la mejor opción es rentar un vientre y para eso le pide ayuda a su amiga, la dueña de una joyería en la zona turística del puerto. La empresaria le pregunta a sus empleadas si alguna de ellas o sus conocidas están interesadas en “dejarse meter un bebé” a cambio de 180 mil pesos.
Cuando Sandra, de 22 años, escucha esta propuesta en una banqueta de la colonia Azteca piensa que ese dinero le caería bien, podría dejar su empleo como cajera de súper donde ganaba 4 mil 200 pesos al mes, y pasaría más tiempo con su hija.
Después de acordar por WhatsApp que Sandra sería la madre subrogada, la Solicitante se traslada a la colonia Azteca para conocer a la mujer que tendrá a sus hijas. Llega en una camioneta negra, y se presenta ante Sandra, quien se sorprende de ver que se trata de una persona atlética, refinada y educada, y la compara con sus vecinos, a quienes describe como personas “que usamos otras palabras”.
Su esposo pregunta por esa mujer y Sandra responde que es una amiga pero él duda, porque ella no tiene amistades con ese tipo de “camionetotas”.
Sandra le confiesa a su marido que está por firmar un contrato de gestación subrogada por 180 mil pesos.
Al inicio, la madre y el esposo de Sandra no están de acuerdo en la renta de vientre. A la Solicitante le preguntan por qué no le pide el favor a sus familiares o amigas, pero dice que no se atreve a interferir en sus vidas. Sandra discute con ellos por obstaculizar su decisión, aunque analiza que no le han practicado ningún examen médico. La Solicitante crea empatía con Sandra y firman el contrato por la gestación de un solo bebé. Desde ese momento, Sandra comienza a tomar estrógenos para preparar su cuerpo, mientras continúa con su vida como cajera, madre y esposa. Sin embargo, no recibe un solo peso de ese contrato, hasta que la prueba de embarazo resulta positiva.
La Solicitante le paga a Sandra un viaje a Guadalajara, Jalisco, para que realice la transferencia embrionaria en una clínica privada de fertilidad. La mujer pide permiso en su trabajo para poder ausentarse cinco días. El día de la transferencia, Sandra está desnuda frente a un grupo de médicos varones, uno de ellos es estadounidense y es quien se dirige a ella. Le advierte que sentirá un poco de dolor. Ella recuerda la experiencia como un papanicolau de veinte minutos. Al día siguiente, le avisan por primera vez de la posibilidad de que el embarazo sea doble y cuando intenta hacer preguntas, la Solicitante le pide no hablar del tema para “no hacerse ilusiones”. El contrato, sin embargo, nunca se modifica.
Al volver a Mazatlán, lo primero que Sandra hace es renunciar a su trabajo aún sin saber si la transferencia ha sido exitosa y sin un peso en la bolsa, debido a que las indicaciones médicas son de reposo absoluto. La primera prueba de embarazo que se practica resulta positiva y la Solicitante le entrega por primera vez 15 mil pesos en efectivo. A pesar de que Sandra ya sabe que tendrá gemelos, no se atreve a preguntar si por esa razón le aumentarán el pago. Acuerdan que todos los pagos se harán en efectivo y serán por esa misma cantidad durante los nueve meses, el resto se lo darán una vez que entregue a las bebés.
Sandra pide ayuda a la Solicitante para cambiarse de colonia pues en la casa en la que vive, el baño se encuentra en el patio y teme que un animal la muerda. La Solicitante le entrega el depósito para rentar una casa en un barrio más céntrico y seguro. Mientras transcurre el embarazo, la Solicitante comienza a darle regalos a Sandra; un refrigerador, una televisión de pantalla plana y muebles para decorar el cuarto de su hija, quien tenía 5 años en ese momento. La familia de la Solicitante le ofrece un nuevo empleo a su esposo, pero lo rechaza. Comienzan a crear lazos emocionales.
En febrero de 2019, un mes antes de lo esperado, a Sandra le es practicada una cesárea de emergencia en un hospital privado de Mazatlán, debido a que comenzaba a desarrollar preeclampsia. La vida de las gemelas no corre peligro, pero la de ella sí. La Solicitante intenta que Sandra ingrese con su nombre para que las niñas salgan registradas como sus hijas biológicas, pero las enfermeras le advierten a Sandra de los riesgos de entregar su identidad y los médicos en turno se niegan a esta práctica. Sandra nunca ve a las gemelas y desde ese momento desarrolla depresión post-parto.
Sandra no recibe ningún tipo de asesoría psicológica ni legal, y teme que ella y su esposo pueden terminar en la cárcel por “regalar a las niñas” al no haber realizado el trámite oficial de gestación subrogada en Sinaloa, uno de los dos estados del país donde ésta práctica está regulada. Le entregan el dinero que restaba de los 180 mil pesos. Y en lo que la familia de la Solicitante resuelve la situación para que Sandra ceda la custodia de las niñas ante un notario, le dan un extractor de leche materna para que entregue la mayor cantidad posible a cambio de 3 mil pesos extras.
A las pocas semanas de haber dado a luz, a Sandra le permiten conocer a las niñas por única vez, pero rompe en llanto frente a ellas. Tras esto, la Solicitante decide que no habrá más encuentros con las bebés. Con el dinero que gana, se muda junto a su familia a una casa en mejores condiciones y paga sus deudas. Una vez recuperada de la cesárea, retoma su empleo como cajera de supermercado. Su hermano le deja de hablar por haber “vendido su cuerpo” y los vecinos murmuran sobre lo que hizo. Sandra se siente señalada por su comunidad.
El único contacto que Sandra tiene con las bebés que parió es a través de las redes sociales, desde donde observa su crecimiento. A pesar de haber sido parte de su vida por casi un año, la Solicitante ya no la contacta. Físicamente, Sandra aún tiene estragos debido a la gran cantidad de hormonas que tomó, se le cae el pelo. Gracias a grupos de Facebook de gestación subrogada, descubre los riesgos a los que estuvo expuesta al rentar su vientre y jamás oponerse a nada, piensa que fue muy ingenua pero asegura que, de tener la oportunidad, volvería a hacerlo. Se refiere a las bebés como sus hijas.