Por: Carmina de la Luz / México
Todo el pueblo recuerda muy bien a Violeta: cómo se paseaba por las calles rumbo a los bailes, enfundada en vestidos rojos, púrpuras y de lentejuelas. Tenía una piel muy morena, dientes blanquísimos y una figura espectacular que movía con elegancia sobre unas estilizadas plataformas.
A Violeta la mataron hace más de 20 años, pero su madre llora la pérdida como si hubiera sido ayer: “Apareció a un lado de la carretera, todo golpeado”, dice sin poder evitar referirse a su hija trans con la identidad masculina que le fue asignada al nacer.
De acuerdo con el Observatorio de Personas Trans Asesinadas —perteneciente a la organización internacional Transgender Europe—, entre el 1 de octubre de 2016 y el 30 de septiembre de 2017 fueron reportados 325 asesinatos de personas trans a nivel mundial. De estos, 267 ocurrieron en América Latina, y una buena parte en México. Nuestro país se coloca como el segundo más peligroso para la población trans, únicamente precedido por Brasil.
Sin embargo, el odio y la transfobia no son los únicos fenómenos sociales que atentan contra dicha comunidad. Igual o más letales resultan ser el bullying, la discriminación, estigmatización y la falta de leyes que aseguren la integridad de estas personas, sobre todo en lo que respecta a su salud.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) reconoce que la población transgénero, transexual y travesti debe gozar de los mismos privilegios en materia de salud que cualquier otra persona, libres de estigma y discriminación, y ajustados a sus necesidades. Pero ¿cómo hacer valer este derecho cuando se desconoce tanto sobre sus beneficiarios y beneficiarias?
Instituciones como la Organización Panamericana de la Salud (OPS) aceptan el vínculo que existe entre la marginación y los problemas sanitarios. En Latinoamérica, por ejemplo, las poblaciones más excluidas son quienes reciben menos información sobre salud y, como una de las consecuencias, suelen registrar una tasa de mortalidad más elevada respecto al resto de la población. Es el caso de los hombres y las mujeres trans, quienes históricamente han sido invisibilizados como parte de la sociedad.
Según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y ONUSIDA, entre el 0.1 y el 1.1% de la población mundial podría corresponder a personas trans. En lo que respecta a México, un documento actualizado en mayo de 2018 por el Consejo para prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (COPRED) reconoce que no existen datos demográficos públicos disponibles acerca del peso poblacional de las personas trans.
Algunos esfuerzos aislados, como el cruce de datos internacionales con información del Consejo Nacional de Población, sugieren que en México podrían habitar entre 81 mil y 183,600 adolescentes trans de 13 a 18 años de edad. Mientras tanto, la cifra estimada por el Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH y el SIDA (CENSIDA) es superior a las 112 mil personas.
Sin duda, la Clínica Especializada Condesa es donde más conocimiento se ha generado acerca de la población mexicana trans. En 2016, esta institución —que depende de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México— estimó que entre el 0.3 y 0.5% de la población nacional podría ser trans; es decir, entre 360 mil y 600 mil personas podrían estar siendo víctimas de violencia y discriminación en el hogar, la escuela, el trabajo y los servicios de salud debido a su identidad de género.
Ubicada en el barrio que lleva el mismo nombre, la Clínica Condesa es considerada un triunfo de las exigencias de la sociedad civil. Consta de un edificio con dos plantas del que todos los días salen y entran médicos, pacientes, familiares, trabajadoras sociales, enfermeras y diversos especialistas. Fue creada en 2000 para ofrecer tratamiento a personas con infección por Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), pero poco a poco, dada la alta incidencia de VIH en ciertos grupos de la población, sus servicios se fueron diversificando.
En 2009, la Clínica abrió una línea de trabajo con personas trans. Luis Manuel Arellano —Coordinador de integración comunitaria del programa de VIH de la Ciudad de México— señala que lo que hizo este centro fue acatar una reforma a la Ley de Salud de la Ciudad de México. Desde entonces, el capítulo V inciso XXI establece que una de las atribuciones de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México es “efectuar un programa de atención especializada a la salud de las personas transgénero y transexual, mediante, en su caso, el suministro de hormonas, apoyo psicoterapéutico y la realización de acciones preventivas y de tratamiento médico correspondientes a infecciones de transmisión sexual y VIH-SIDA”.
Arellano cuenta que hace 10 años el país carecía de cualquier experiencia en atención a personas trans: “La Clínica Condesa fue la primera manifestación de visibilidad de esta población, y como un espacio de monitoreo lo que nosotros hemos encontrado es una evolución en el acceso a la salud y en la incorporación de la población transgénero a otros ámbitos sociales”. El también periodista y comunicador reconoce que se trata de un proceso lento, pero respecto a hace una década se observa una diferencia enorme.
En teoría, México cuenta con el Protocolo para el acceso sin discriminación a la prestación de servicios de atención médica de las poblaciones lésbico, gay, bisexual, transexual, travesti, transgénero e intersexual, cuya última actualización fue publicada en mayo de este año por la Secretaría de Salud. El problema es que, en la práctica, la Clínica Especializada Condesa no solo es el único centro público que atiende personas trans en todo México, sino también la institución más grande de su tipo en América Latina.
Esta carencia de servicios focalizados se ve reflejada en los datos de la Investigación sobre la Atención de personas LGTB en México 2015, pues solo el 20% y el 14% de las mujeres y hombres trans, respectivamente, que participaron en el estudio dijeron haber tenido acceso a servicios de salud para reafirmación de género.
En este país, es una realidad que la población trans, especialmente las mujeres trans y sus requerimientos de salud, se hicieron visibles solo a partir de la epidemia de VIH. Esa fue la circunstancia que convirtió a la Clínica Condesa en el lugar idóneo para brindar apoyo a dicha comunidad.
“Durante los primeros años del programa, una tercera parte de las mujeres trans que acudían a la Clínica Condesa para su tratamiento hormonal presentaban VIH”, destaca Luis Manuel Arellano, “en ese momento el seguimiento epidemiológico de infección por VIH a nivel nacional únicamente distinguía por sexo, hombre o mujer, así que la Clínica Condesa fue la primera institución en ampliar el criterio con base en la identidad de género; al final, esto provocó que el resto de las instituciones en materia de salud, incluyendo CENSIDA, abrieran una nueva categoría para el registro de género”.
Hugo André se autopercibe como un hombre trans: “creo que desde que nací me di cuenta; bueno, desde que tengo memoria”, dice sonriendo. Su infancia la vivió de una forma relativamente fácil, pero fue en la adolescencia cuando los cambios asociados a su sexo comenzaron a acentuarse. “Era muy frustrante y, aunque de cierta forma me resigné, seguía teniendo la espinita de que algo no estaba bien; incluso la gente me veía y sabía que había algo diferente en mí, puesto que no encajaba con los estereotipos de hombre mujer; sufría mucho y padecía bullying”.
La vida de André dio un giro al ingresar en la preparatoria. Entonces inició su transición. Se cortó el cabello como siempre había querido y se convirtió en un Tomboy; sin embargo, continuaba incomodándole que su voz no correspondiera con cómo se veía en el espejo. Dos años después, en 2017, se encontró con el término trans en un documental: “dije: ah, yo soy esto, definitivamente soy esto; se los comuniqué a mis padres y les pedí su apoyo para iniciar mi tratamiento hormonal”.
Hoy, André tiene 19 años y desde hace siete meses acude regularmente a la Clínica Condesa para recibir la terapia que lo ayuda a reafirmar su identidad. Este centro cuenta con un algoritmo muy preciso para el trabajo con personas trans. Su punto de partida es la valoración psicológica y psiquiátrica del paciente. Con ello se diagnostica si se trata de personas trans con experiencia de vida real o sin ella, lo cual determina el tipo de consejería que se les otorgará.
“Los pacientes entran entonces al tratamiento hormonal, ajustado a las características de cada individuo y considerando las comorbilidades que pudiera haber, como posible infección por VIH u otras enfermedades de transmisión sexual, hipertensión, depresión o ansiedad, sobrepeso, etcétera”, describe la doctora Mitzi Fong, endocrinóloga que ha enfocado su carrera en ayudar a las personas trans. Fong y sus colegas hacen un seguimiento de sus pacientes cada tres meses durante el primer año de tratamiento, y posteriormente las consultas cada seis meses.
André sueña con ser un entrenador físico de alto nivel. Por el momento, estudia la Licenciatura en Sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México, pero ya fue aceptado en la carrera de ciencias del deporte. Entre sus planes están hacerse una doble mastectomía –extirpación del tejido mamario− e histerectomía –operación para extraer el útero, las trompas de Falopio y los ovarios−, pues ambos procedimientos lo ayudarían a sentirse completamente pleno con su identidad.
Para ello, Hugo André tendrá que recurrir a los servicios de algún cirujano privado, ya que, a la fecha, ninguna norma de salud en México cubre las intervenciones quirúrgicas de reafirmación de género. En este sentido, la doctora Esmeralda Román –coordinadora de los servicios de endocrinología para personas trans en la sede central de la Clínica Condesa, así como en la sede Iztapalapa− destaca que se trata de procedimientos costosos: “estamos hablando de que una mastectomía bien hecha, en el caso de los varones trans, podría costar entre 30 mil y 70 mil pesos; en el caso de las chicas trans, los procedimientos quirúrgicos superan los 250 mil pesos”.
Abigail Madariaga, Natalia Cruz, Rocío Suárez, Kassandra Guazo y Melken Mejía son parte del Centro de Atención a las Identidades Trans. Estas cinco mujeres coinciden en que las necesidades de salud de su población son muy diferentes de aquellas que presentan los hombres trans y las personas cis en general. También están de acuerdo en que la labor realizada por la Clínica Especializada Condesa ha sido extraordinaria, pero al mismo tiempo son conscientes de que sus servicios resultan insuficientes.
“El tema de la salud en mujeres trans se ha centralizado en ciertos aspectos: la terapia hormonal, la prevención y atención del VIH y otras enfermedades de transmisión sexual, así como los problemas por infiltración de sustancias utilizadas para modelar el cuerpo”, apunta Natalia, “sin embargo, una verdadera atención integral tendría que ocuparse de otros problemas de salud, desde una simple gripa hasta las cirugías de reafirmación de género”.
Estas últimas suelen ser vistas por la sociedad como un tema de vanidad, cuando en realidad juegan un papel esencial en la salud mental de las personas trans, e inclusive podrían ayudar a evitar problemas de baja autoestima, abuso de sustancias o suicidio: “las mujeres trans nos sometemos a procedimientos de este tipo para apoyan nuestro desarrollo integral, para poder reafirmarnos autoidentitariamente como mujeres”, dice Natalia.
Las reflexiones de estas cinco activistas son particularmente pertinentes frente a la propuesta del nuevo gobierno de la Ciudad de México de crear una clínica integral para la atención de personas trans con enfoque comunitario. Sobre ello, Kassandra se pregunta “¿qué significa para las autoridades un servicio de salud integral? Lo mismo prometieron cuando se abrió el área para personas trans en la Clínica Condesa, pero la Ley y el Protocolo solo cubren hormonización. Las especialidades son muy limitadas, y si no eres una persona trans viviendo con VIH entonces no tienes derecho a la atención odontológica o con el urólogo, por ejemplo”.
Ella y sus compañeras están a favor de que exista un espacio de ese tipo, sin embargo, también claman por soluciones alternativas. “El gobierno debería asegurar una atención que atraviese los tres niveles de servicio: el del centro de salud de cada comunidad, el de la clínica regional y el de los hospitales de alta especialidad”, sugiere Melken.
“Me acuerdo que, durante mucho tiempo, las y los activistas trans pensamos que cuando pudiéramos hacer el cambio de identidad jurídica acorde a la de nuestro género eso sería la llave a nuestros derechos, incluidos los de salud. Pero no, aunque es muy importante, se trata solo de uno de los accesos”, menciona Rocío Sánchez, coordinadora del Centro de Atención a las Identidades Trans.
Pese a que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos prohíbe en el párrafo quinto de su artículo primero “ejecutar cualquier acción que atente contra la dignidad humana, o bien, que anule o menoscabe los derechos y libertades de las personas por prejuicios de género, sexo, preferencias sexuales, entre otras”, la CNDH acepta que el marco jurídico correspondiente no ha permeado en la realidad social de las personas trans.
Desde 2008, la Suprema Corte de Justicia de la Nación reconoció mediante el Amparo Directo Civil 6/2008 que, en los casos en que las personas que viven con un género que no corresponde al que le fue asignado por la sociedad, se debe permitir la rectificación de los documentos de identidad, tales como el acta de nacimiento. Sin embargo, esta medida carecía de un reglamento específico, de tal manera que la Ciudad de México se convirtió prácticamente en el único sitio donde las personas trans se atrevían a hacer el trámite, aun cuando se trataba de un procedimiento judicial donde era necesario contar con abogado y peritos, dando pie a la discriminación y el estigma.
Unos años después, la capital ganó un poco más de terreno. A partir de abril de 2015, gracias a una modificación en el código civil del Distrito Federal, fue posible modificar la identidad jurídica para que fuera acorde a la identidad de género de la persona. Ello consiste en un trámite relativamente simple en el Registro Civil, donde bajo ningún caso es necesario acreditar intervención quirúrgica alguna, terapia u otro diagnóstico y/o procedimiento.
El ajuste a la ley tuvo resultados muy evidentes. Según datos proporcionados por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, entre octubre de 2008 y febrero de 2014, solo 164 personas habían cambiado sus documentos. Por otro lado, entre febrero de 2015 y julio de 2017, la cifra de rectificación de nombre y género en documentos oficiales ascendió a 1923 personas.
La Ciudad de México ha servido de ejemplo a otras entidades de la República, pues las respectivas reformas ya fueron aplicadas en los códigos civiles de los estados de Michoacán, Nayarit, Coahuila y Colima. Mientras tanto, en Hidalgo, Chiapas, Morelos y Sonora la sociedad civil está pujando por hacer valer el mismo derecho.
Sobre esta disparidad, Rocío opina que “la Ciudad de México no va a cambiar al país. Yo creo que las nuevas generaciones de personas trans van a poder acceder más a la educación y al empleo, pero también creo que no podemos olvidar a las generaciones perdidas; debemos transitar esas generaciones perdidas para que el resto del país pueda alcanzar, al menos, los logros que se han conseguido en la capital”.
La construcción de la identidad de género de Paulo Romo comenzó a muy temprana edad. Orgulloso, muestra todos sus documentos en regla: acta de nacimiento, clave única de registro de población (CURP) y credencial de elector. Paulo siempre tuvo curiosidad por el origen de las cosas, lo cual lo llevó a estudiar biología y, posteriormente, a hacer un doctorado en paleontología. “Llegué a pensar que la ciencia me explicaría por qué yo era como era; que quizá se trataba de una variación cromosómica o debido a una alteración metabólica”, confiesa, “pero ahora sé que hay muchas cosas que la ciencia no puede decir sobre las identidades trans”.
De lo que sí es capaz la ciencia es de generar conocimiento que ayude a combatir uno de los meollos de las injusticias hacia las personas trans, la patologización. Es decir, la idea de que ser trans es sinónimo de enfermedad.
El 27 de julio de 2016, México se convirtió en el primer país en realizar un estudio de campo que arrojó evidencia científica sobre la identidad trans como una condición y no una enfermedad mental. La investigación se publicó en The Lancet Psychiatry —una de las revistas más importantes a nivel mundial dentro del campo de la psicología y la psiquiatría—, y fue encabezada por el Instituto Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente Muñiz”, durante una época en la que el concepto transgénero aún era visto como un padecimiento, de acuerdo con la Clasificación Internacional de Enfermedades Mentales de la Organización Mundial de la Salud. En el estudio también colaboraron la Clínica Especializada Condesa y la Universidad Nacional Autónoma de México.
El protocolo incluyó una encuesta a personas trans adultas, quienes manifestaron haberse identificado como tal a la edad de 5.6 años, en promedio, en un rango de entre los dos y los 17 años. Las conclusiones fueron que los rasgos de estrés, disfunción y trastorno mental frecuentes en esta población no proceden de su condición per se, sino de la estigmatización y el maltrato social.
El estudio se replicó en diversos países, como Francia, Brasil, India, Libia y Sudáfrica. Su impacto fue tremendo, ya que con base en sus resultados, el 18 de junio de 2018 la OMS decidió sacar de su lista de enfermedades a la denominada “incongruencia de género”. Con el tiempo, este cambio será clave para garantizar los derechos humanos de las personas trans y la protección de su salud mediante la instrumentos jurídicos adecuados.
El activismo, las normas y los estudios científicos llegaron demasiado tarde para Violeta. Ella fue, finalmente, una víctima de la patologización, que representa el borde hacia el abismo de la discriminación, el estigma y el odio. Siendo niña, su padre la golpeaba cada vez que intentaba expresarse; las burlas en la escuela la orillaron a desertar, y el ambiente hostil en su casa la obligaron a huir.
Violeta encontró refugio con doña Margarita, dueña de una cantina donde la joven comenzó a ejercer el trabajo sexual con 17 años de edad. “Aun así era feliz, y siempre que podía me ayudaba”, cuenta su mamá, “hasta que un día fue a la ciudad y ya no regresó”.
Cuando la encontraron, el cuerpo de Violeta mostró que había luchado hasta el último aliento, pero una vez que le arrebataron la vida alguien más le quitó su identidad. Fue el Servicio Médico Forense (SEMEFO) quien hace más de 20 años registró la muerte de Violeta como la de un varón.
Carmina de la Luz Mexicana y guerrerense, divulgadora y periodista con formación en biología. Se autodefine como una zombie de la comunicación de la ciencia. Ha sido conductora de televisión, y su trabajo escrito se ha publicado en Todo sobre el espacio, México Desconocido y el portal Tangible del diario El Universal. Fellow en programas de la Thomson Reuters Foundation y el Council for the Advancement of Science Writing. Miembro de SOMEDICYT y la RedMPC.
Cuatro reporteras de Tangible se internaron en la vida de las personas trans en México, Costa Rica, Venezuela y Argentina. Estas son las historias narradas desde la diferencia.