En Buenaventura, quien desaparece no se lo traga la tierra, sino el mar. Las canas de Edilma Castro Bonilla lo atestiguan. La mujer negra espera que el oleaje le devuelva algo del cuerpo de su hijo de crianza.
Hace siete años a Edilma le desaparecieron su muchacho y ella no huyó del puerto del Valle del Cauca, se quedó a esperar que el mar le devolviera una señal que la haga reconciliarse con él y con el territorio. Sin embargo, su desdicha es peor que la de otras mujeres, que por lo menos sepultaron una mano o una cabeza.
El oleaje golpea raudo sobre un puerto que huele a muerte. Ese mar que fue ensoñación, que lleva y trae 31 billones de pesos en importaciones y exportaciones que se mueven en el puerto en un solo año, ahora es pesadilla para los 300.000 mil pobladores de Buenaventura. Allí, en ese punto, el Pacífico colombiano es considerado el gran cementerio a cielo abierto, tras las acciones macabras de los violentos.
En ese mar nadie busca a las 444 almas desaparecidas entre 1990 y 2013, que podrían estar penando en sus aguas, según informe del Centro de Memoria Histórica. No porque sea imposible. Fue prohibido. “Y si no puedes buscarlos tampoco puedes llorarlos. Buenaventura no solo duele, aterra”, dice Edilma. Ella hizo la Novena por su hijo y al terminarla se sintió en la necesidad de repetirla por la cantidad de muchachos que iban cayendo en el círculo vicioso de la muerte. Un rito que se repite en algunas casas de los barrios de esta ciudad del Valle del Cauca.
“Lo que ha sucedido aquí, debería avergonzar al país, pero pasamos silenciosos e indiferentes ante semejante tragedia"precisa Gonzalo Sánchez, director del Centro
¿Y qué fue lo que pasó en Buenaventura? Los más viejos dicen que a pesar de su alegría, la violencia los ha acompañado siempre. Primero, la guerrilla de las Farc en la década del 80. En ese entonces, la zona Pacífica fue utilizada como zona de abastecimiento y de descanso. Al principio intentaron mantener el control, lejos de los narcotraficantes, pero luego se unieron a ellos cobrándoles un impuesto por permitirles los corredores para transportar la droga. Luego los paramilitares, a comienzos del 2000, generaron muerte y desolación todos los días. Operaron reclutando hombres para la guerra, violando a las muchachas y extendiendo una red de aliados económicos a quienes les ofrecían protección.
Tras la desmovilización de las Autodefensas, la violencia no cedió en el territorio. Por el contrario, la proliferación de las nuevas bandas criminales que entraron a la región comenzó a marcar las zonas con nuevas formas de violencia. Aparecerían ‘los Rastrojos’, ‘la Empresa’ y ‘los Urabeños’, quienes con más sevicia amedrentaron a la población. Empiezan a sonar en el puerto las casas de pique, “espacios en los cuales a modo de ejemplo se infringen torturas a las víctimas en medio de los barrios de la ciudad. Sus habitantes son obligados a ser testigos de los asesinatos y el descuartizamiento de personas por parte de los grupos ilegales”, precisa así la investigación del Centro de Memoria Histórica.
Las madres bonaverenses cuentan que no hay tiempo para secarse las lágrimas, para reaccionar. Los habitantes están traumatizados, han tenido que convivir con los sonidos del descuartizamiento que se hace en las casas de pique que pueden ser vecinas a la suya. “Cuando iban al barrio por alguien, simplemente cerrábamos la puerta”, dice un habitante que no quiere levantar sus ojos.
El fenómeno de las casas de pique es único en el territorio nacional, explica un investigador del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía (CTI) de Buenaventura, y los barrios golpeados se suman a una lista que aumenta día a día: Santa Cruz, Viento Libre, El Lleras, Alfonso López, El Progreso, sector La Gloria, El Cristal, Olímpico.
“Hemos visto cosas horribles y hemos tenido que ir a sacar cuerpos donde nadie imagina. Pero lo peor es que sabemos que la corriente ha podido llevarse a muchos, sin que sepamos el fondo de esta tragedia” asegura el investigador
El estero de San Antonio (zona manglárica) es quizás el ‘camposanto’ más terrorífico de la zona. Si las autoridades se decidieran a meter maquinaria y hombres necesarios para buscar los cuerpos que despedazaron las bandas o simplemente amarraron a los mangles para que la corriente los deshiciera, así lo comprobarían.
“El año pasado nos llamaron para un caso de un muchacho, parece que con problemas mentales, que fue testigo del asesinato de un comerciante. Con el tiempo, el pelado desapareció y la mamá venía todos los días a preguntarnos si sabíamos algo de su muchacho, que a ella le dijeron que se lo habían llevado y que le habían cortado una mano. Era algo muy duro verla llegar con su dolor. Un día fuimos a una exhumación y encontramos en la fosa, entre varios cuerpos, uno acurrucado al que le faltaba una mano. ¿Cómo hace uno para llenarse de valor y decirle a esa madre que todo indica que ese es su hijo?”, relata el investigador del CTI mientras ahoga su voz llevándose la mano derecha a la boca.
Lo que han tenido que escuchar los fiscales ha sido desesperanzador. Un capturado confesó que él se enroló con las casas de pique porque había que demostrarle al que mandaba en la zona que era fiel. “Mi jefe me preguntaba: ‘Yo necesito saber si usted está firme’. Y yo le dije que yo era capaz de hacer lo que sea”.
La máquina de la muerte fue puesta a andar para despedazar cuerpos y el mar para ahogarlos.