Un país marchante
“¡Ayotzi vive, la lucha sigue!”“¡Ayotzi vive vive, la lucha sigue sigue!”
La consigna es un escupitajo a la cara de un Gobierno ausente. Los padres de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa volvieron a la avenida Reforma de México DF, otro día 26, y a grito herido repitieron uno a uno los nombres de los normalistas que fueron eliminados entre la tierra y el cielo.
Ser normalista es ser un estudiante pobre que se forma en escuelas pobres para alcanzar el grado de maestro y enseñarle a nuevos estudiantes pobres. Por lo menos el 46 por ciento de la población mexicana vive en la pobreza y el 11 por ciento en condiciones de pobreza extrema, según un informe del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Las caras de los familiares de los estudiantes se han transformado. La desaparición de los 43 hace ya un año, el 26 de septiembre de 2014, le vomitó al mundo la tragedia de la aniquilación en México. Los padres han envejecido más; un sufrimiento peor que se suma a los años de pobreza extrema y de trabajo duro que han tenido que afrontar en el campo. A pesar de ello, decidieron marchar incansablemente para reclamar a sus hijos vivos, todas las veces que sea necesario, cueste lo que cueste.
“Hijo, te sigo buscando, te estoy esperando” grita con voz firme María Helena Guerrero Vásquez, madre de Giovanni Galindes Guerrero
La escena ocurrió el 26 de marzo de 2015. Los surcos en su rostro denotaban agobio, cansancio. Entre los pliegues de las arrugas se quedó a vivir el dolor como marca imborrable. La menuda mujer sostiene el cartel con la foto del muchacho y lo recuesta en su pecho. Se aferra a él con ira. “El dolor de madre se me volvió furia contra el Gobierno”. No llora. “Nos han quitado todo, hasta el miedo”, dijo.
Es una mujer guerrera, nacida en el estado de Guerrero, en el Pacífico mexicano. No tuvo la fortuna de estudiar. La cruel realidad le cambió su vida. De la cocina y la siembra de pancoger en su espacio rural, se convirtió en marchante profesional. Pasó a compartir el dolor con los otros padres de los normalistas y desde entonces un grupo de ellos se ha dedicado a tocar puertas en busca de solidaridad. Eso les ha permitido, sin saber cómo, armar una caravana que recorre México y también varios países de América.
“Mientras no vuelvan nuestros hijos no hay democracia”grita con voz pétrea Bernabé Abraján, padre del desaparecido Adán Abraján de la Cruz
El micrófono reproduce su coraje varias cuadras a la redonda de la avenida insigne de la revolución, pide que no haya elecciones de gobernador en el estado que para él es cómplice de la desaparición de sus muchachos. Bernabé, el padre herido y humillado, lanza preguntas que el viento y el Estado le devolvieron sin respuestas: “¿Cuál democracia en este país? ¿A quién le tocó eso? porque a nosotros solo nos tocó la sangre”. No ahorró en verbo. “¡Fuera Peña, fuera Peña, fuera Peña!”.
Las noticias publicadas en los medios de comunicación mexicanos reportaron: “El gobierno del presidente Enrique Peña Nieto se ha esmerado demasiado en restarle importancia a la crisis de Derechos Humanos en el país, mientras que sus esfuerzos para resolverla han sido absolutamente insuficientes”. La consideración es de Daniel Wilkinson, director gerente para las Américas de Human Rights Watch, en una carta enviada a la nueva procuradora general de México, Arely Gómez González.
La plaza Monumento de la Revolución otra vez se llena de lamentos, de voces ahogadas en la impunidad. Los reporteros extranjeros aseguran que desde el 26 de septiembre de 2014, poco a poco y mes tras mes ha ido bajando el número de marchantes en el DF. ¿Quién los cuenta y a quién le importa? Muchos o pocos, el lugar es una olla de presión y los 26 de cada mes explotan en clamores por un México sin desaparecidos. El registro Nacional de Víctimas da cuenta de que a 25 mil personas en todo el país ‘se las tragó la tierra’, en Guerrero los buscadores de fosas dicen que son muchos más.
Los padres de los normalistas persisten en su lucha. Levantan al cielo las 43 fotografías de sus muchachos para que a nadie se le olvide. Los rostros de los desaparecidos lo ocupan todo. Después de la marcha de marzo, en abril una delegación de ellos traspasó fronteras. Fueron a Canadá, estuvieron en Vancouver y en Ottawa relatando su dolor en busca de solidaridad. Testificaron ante el Subcomité de Derechos Humanos del Parlamento de ese país del norte de América, la violación de los Derechos Humanos que ocurre en México, sin que su Estado actúe con vehemencia.
De allí la caravana avanzó a Argentina. En Buenos Aires se reunieron con las Madres de Plaza de Mayo, para buscar la solidaridad de los países hermanos y relatar el horror que viven. Un camino en el que la consigna no es ninguna otra que reclamar justicia.
Mientras ellos protestan: “¡Vivos se los llevaron, vivos los esperamos!”, el país político no se detiene. El 7 de junio de 2015 fueron los comicios en el estado de Guerrero, ubicado a 275 kilómetros del DF. En la región se vivió una crisis luego de que el gobernador Ángel Aguirre Rivero renunciara al cargo el 23 de octubre de 2014, como consecuencia de la desaparición forzada de los normalistas. Finalmente fue elegido Héctor Astudillo, del partido del presidente Peña Nieto, el PRI.
Sin embargo, “la vida siguió para otros y se detuvo para nosotros. El olvido de los poderosos políticos se vino contra todos los que hemos perdido a alguien, contra las víctimas de la desaparición forzada, como nos dicen que se llama el delito que se ha cometido con nuestros hijos”. La declaración la concedió vía telefónica después de las elecciones.
El día de la marcha el 26 de marzo en Reforma, María Helena y Bernabé se subieron a la tarima, pronunciaron su discurso sentido y una vez bajaron de ella, asumieron una actitud distante, casi inasible. “¡Otra vez entrevistas!”, dijo María Helena, como queriendo esfumarse de allí. “Quisiera no tener que haber salido nunca de mi casa, de mi pueblo”, lanzó la frase. Bernabé la abrazó y mirándola a los ojos, le dijo: “Es duro, pero entre más le contemos al mundo lo que pasa, menos seremos olvidados”. Desde que ocurrieron los hechos de Ayotzinapa, se han realizado 120 marchas en México por la memoria de los desaparecidos. El país está enfermo, pero no se calla.
Cuarenta y tres pupitres vacíos en Ayotzinapa
Cuarenta y tres pupitres con mensajes y símbolos se congelan en el tiempo en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, en Iguala, México. Es la mañana de otro día 26.
El pupitre de Julio César Ramírez tiene grabada una frase escueta: “Mi hijo no ha muerto hasta que regresen todos”. Bertha Nova. Una chica dejó su sudadera rosada en la silla de Carlos Iván Rodríguez Villareal, en señal de amor. Una carta larga pisada con una piedra pintada de colores está sobre la silla de José Ángel Campos Cantor. El pupitre asignado a Luis Ángel Francisco Arzola está lleno de chupetas marca Cupido dos. Al de Magdaleno Rubén Lauro Villegas lo cubrieron con granos de elote (maíz). Todos tienen algo, una foto, la letra de una canción, una lata de atún. Es comida para un viaje sin regreso, explican los estudiantes que caminan los pasillos de una de las 17 normales rurales que sobreviven al desinterés del fisco en todo el país.
Las sillas de madera, inamovibles desde el 26 de septiembre de 2014, describen un suplicio interminable. La tía de Marco Antonio Gómez Molina, otro de los 43 desaparecidos, lo exhibe. Camina entre las filas de cada pupitre, como buscando una respuesta para llevársela a alguien. De cuando en cuando seca sus lágrimas con un pañuelo rosado. Visita la Normal otro día 26, esta vez de marzo, en reemplazo de su hermana María de los Ángeles Molina, quien no pudo cumplirle la cita a la memoria de su hijo desaparecido.
“Ayotzinapa eres luz de un sol radiante. La esperanza de un hogar”. El estribillo se cuela por la puerta destartalada. La voz es acompañada por la melodía de una guitarra afinada. Dos estudiantes tocan y cantan el himno de la Normal con un vencimiento acogedor.
La tía de Marco Antonio mira el mural del Che Guevara, dibujado con ímpetu en una pared de la vieja normal. Las normales en México están inspiradas en las teorías marxistas y leninistas. “No queremos que haya un normalista 44”, dice la mujer y se recoge en la banca del patio a terminar de escuchar el himno. Este arrulla su dolor.
Por los alrededores camina raudo ‘Guerrillero’, uno de los sobrevivientes de la desgracia, un normalista que vive anclado a la época de figuras combativas que estudiaron en la normal. Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, líderes de la guerrilla en la montaña de Guerrero, en la década del sesenta, fueron maestros egresados de esta escuela.
‘Guerrillero’ pide que no sea publicado su nombre. Se salvó de milagro el día que murieron tres de sus compañeros y tres civiles más que fueron confundidos con los estudiantes, 25 resultaron heridos y a 43 se los llevaron. ‘Guerrillero’ cumplió los 21 años de edad nervioso y ansioso, pues estuvo cerca de la muerte. Él es un testigo excepcional de los hechos, por lo que sin tapujos afirma que fueron rematados por la Policía Municipal de Iguala.
“Íbamos 80 estudiantes para la conmemoración de Tlatelolco. Íbamos en los buses y de repente el chofer se metió en la terminal y nos encerraron. Llamaron a las autoridades. Se metió la Policía Municipal. No entendíamos. Yo solo escuché los disparos”, recuerda. En una esquina de Iguala, las perforaciones de las balas en una casa, un negocio y un árbol dan cuenta de ello.
Los estudiantes, como todos los años, iban a recaudar fondos para sus actividades. Y esto por lo general desencadenaba revueltas. En junio del 2014, tras el asesinato y tortura del líder campesino Arturo Hernández Cardona, los estudiantes culparon del crimen al alcalde de Iguala, José Luis Abarca Velázquez. Ese día hubo disturbios en las afueras de la Alcaldía, protagonizado por los normalistas.
Otro acontecimiento que marcó con sangre la historia de la normal, ubicada en Iguala, ocurrió el 12 de diciembre de 2011, cuando la policía estatal rompió un bloqueo realizado por normalistas en la autopista del Sol, que conecta al DF con el puerto de Acapulco. En el enfrentamiento, dos estudiantes murieron abaleados.
‘Guerrillero’ continúa su relato: “Me volví a subir al autobús. Vi a la patrulla disparándonos. Le dieron a Aldo, quedó ahí, tendido. Yo corrí a la parte de atrás del autobús. Vi que estaban bajando a muchos compañeros de los buses y los metían en los camiones. Todo eso duró como dos o tres horas. La Policía Municipal gritaba que nos iban a matar. Cuando los agentes se fueron llevando a nuestros compañeros, corrí al zócalo de Iguala. Un taxista me recogió y me llevó a la casa de un familiar. No podía creer que siguiera vivo”.
Su voz fuerte y exaltada rompe el luto que viste a la institución. Ayotzinapa está herida de muerte. Los compañeros que escuchan a esa hora de la mañana a ‘Guerrillero’ concediendo la entrevista, asoman sus cabezas por las ventanas de los dormitorios. Lo observan como queriéndole decir que se calle, que nunca se sabe. Pero él está vivo y por eso cree que debe seguir hablando para que nada quede impune, para que no se borre la memoria.
Mientras habla, se vuelve a escuchar la guitarra de fondo. Él se acelera en su relato. Sabe que ya nada es igual y lo peor, que ya nada importa. Ayotzinapa tiene 160 estudiantes de primer año y todos están golpeados. ‘Guerrillero’ siente que se acabó el espacio para protestar, para denunciar. Ahora la protesta la lideran los padres de los desaparecidos. La imagen de la institución es triste. Un colegio sumido en el vacío que producen esos 43 pupitres y un cartel enorme con las fotos de los normalistas, por quienes se ofrece una recompensa de un millón de pesos.